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Desagravio póstumo en su 99 aniversario

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Por Sergio Barbán Cardero ()

Miami.- Hoy, 13 de agosto, en el 99 aniversario del nacimiento de Fidel Castro, no celebramos su vida ni sus supuestas hazañas, sino que levantamos la voz en desagravio a la memoria de sus víctimas. La historia oficial, repetida hasta el cansancio por sus apologistas, pretende ocultar el verdadero costo humano de su régimen.

Fidel Castro fue un hombre marcado desde su niñez por inseguridades profundas. Su complejo más persistente fue que, pese a la inmensa fortuna de su padre Ángel Castro, no recibió la educación temprana que correspondía a un hijo de la aristocracia terrateniente cubana.

Careció de clase y de cultura durante su infancia y juventud, y si alcanzó algún nivel de intelectualidad, fue después del triunfo de la revolución, cuando ya contaba con poder absoluto.

De este déficit temprano surgieron varias consecuencias: un odio profundo hacia la aristocracia, de donde se sentía marginado a pesar de la enorme fortuna de su padres, su enfrentamiento con los intelectuales cubanos, a quienes llegó a amenazar poniendo una pistola sobre la mesa y proclamando su famosa frase: “Con la revolución todo, fuera de la revolución nada” y, a la vez, sus constantes invitaciones a intelectuales, figuras de renombre universal, como Gabriel García Márquez, buscando legitimación y prestigio para sí mismo.

Obligó a otros a vivir su experiencia

Quizás la decisión que tomaría más tarde, la de separar a los niños de sus familias con el pretexto de “estudio y trabajo” reflejara, en parte, el desapego y las carencias afectivas que él mismo sufrió durante su niñez bajo la autoridad de su padre.

Muchos de esos niños fueron trasladados desde provincias distantes, replicando el modelo de control y aislamiento que había marcado su propia infancia.

Su ego desbordado se hizo evidente también fuera de Cuba. Cuando visitó Chile, prolongando su estadía por casi un mes, un testigo chileno lo describió como un ególatra que miraba “por encima del hombro”, incluso al presidente Salvador Allende, y que trataba a los periodistas como si fueran gente inferior.

Así se mostraba siempre: por encima de todos, incapaz de escuchar y convencido de ser el centro del universo.

Si hubiera nacido en un país más grande y poderoso, su ambición desmedida y su falta de escrúpulos lo habrían llevado a intentar conquistar o destruir el mundo. En Cuba lo hizo a su escala: destruyó instituciones, cercenó libertades y convirtió la isla en una prisión donde cada ciudadano era un rehén.

Se ensañó con todo el que se le opuso

Testimonios como los de la Dra. Hilda Molina, quien desde dentro del sistema vivió y sufrió sus abusos, confirman su capacidad para humillar, chantajear y destruir vidas por simple cálculo político. No se trataba de errores, sino de una práctica sistemática para doblegar voluntades.

Sus apologistas, dentro y fuera de Cuba, continúan elevando su figura como si se tratara de un héroe, pero escriben esa fábula con tinta empapada en sangre y mezclada con las lágrimas de miles de víctimas.

Cada palabra que lo glorifica es un bofetón a la memoria de los fusilados, un insulto a los encarcelados y perseguidos, y una burla cruel a los exiliados y a todos aquellos a quienes arrebató su presente y su futuro mediante la represión y el miedo.

Este desagravio no busca reescribir la historia, sino rescatar la parte que sus propagandistas han querido borrar: la verdad de un hombre que, lejos de ser un libertador, encarnó el odio y la opresión a un pueblo noble.

En este 99 aniversario de su natalicio, no celebramos, sino que recordamos, para que el silencio no se convierta en complicidad y hacer saber que su legado está hecho de dolor, y que ningún monumento, libro o discurso podrá cambiarlo.

ACLARACIÓN: Con esta reflexión trato de hacer un acto de reparación simbólica frente a la imagen que muchos quieren mantener de Fidel Castro. La palabra “desagravio” refleja muy bien la intención de exponer la verdad, rescatar la memoria de las víctimas y confrontar la narrativa oficial o apologética.

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