
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Tania Tasé ()
Hoy vengo a contarles una anécdota. O varias, porque aquí una sabe cuando empieza, pero no cómo sigue, y mucho menos, como termina.
Más aún después de cierta edad en que una piensa que tiene alguna experiencia y termina descubriéndose a sí misma, sentada en el primer pupitre, asombradísima de tener la fortuna de aprender tanto de los demás.
Sucede justo en la edad que crees, que puedes enseñar algo a otros mortales sólo porque son más jóvenes.
El hecho simple de aprender algo de otros, te recoloca el ego de inmediato, te dice: hey, siéntate, cállate y escucha. Atiende y piensa. Y una no se siente nada mal por eso, justo lo contrario, se maravilla. Y agradece.
Pero bueno, ando divagando y filosofando y ya me perdí. Como todo lo hago al revés, empecé por el final. Voy a la anécdota.
Hace un par de años me escribe un joven cubano por el messenger, no lo tenía entre mis amigos y me demoré meses en ver el mensaje en la bandeja de Spam. Es un hombre muy tímido y después de muchos perdonas y porfavores, me pide que lo ayude a hacer una carta de amor a una muchacha. Que ha leído cosas que he escrito en el face y piensa que entre los 8 mil millones de habitantes de este planeta, sólo yo puedo ayudarle a poner en un papel lo que siente.
Él no quería mandar una carta de amor para la cual ni siquiera hallaba las palabras en un mensaje digital, quería hacerlo a la antigua: encontrar las palabras, escribirlas de su puño y letra en un papel, meterla en un sobre que previamente empaparía con perfume y dejarla en la puerta de la mujer que ama.
Y que sea lo que Dios disponga.
Así terminaba aquel mensaje que mis ojos incrédulos leían una y otra vez. Debo confesar que pensé que era jodedera. ¿Un joven romántico cursi, muerto de amor en la Cuba pos Covid? ¡Ná!
Después de leerlo varias veces, pensé ignorar el mensaje. Y de hecho lo hice. Pero empezó a picarme uno de los tantos bichos que me habitan y no podía estar tranquila. ¿Y si de verdad existe una persona así? ¿Y si de verdad me necesita? ¿Estoy ya tan vieja y amargada como para decidir que eso es imposible? Y mil preguntas más que no voy a poner aquí.
Resumo: le contesté y le dije que estaba dispuesta a ayudarle, pero que necesitaba algunos detalles Que no podía inventarme una carta de amor así del aire, que todo lo que escribo sale de mis propias vivencias y que no sé inventar cosas para amores ajenos, etc.
Para mi sorpresa después del tiempo que había pasado, él me contestó enseguida y empezó a contarme sus cuitas, temores, deseos, inseguridades y algunas características de la mujer que ama.
No le pregunté por qué quería hacerlo de ese modo. Desde que recibí los audios, noté que era algo especial donde ciertas preguntas no deben hacerse.
Y así es cómo descubrí que podía escribir para seres totalmente extraños (que no ajenos !), cartas de amor que a mí misma me hubiera encantado recibir. Escribí varias y un día le dije: oye, corazón: ya puedes seguir tu solito. Estás en el camino. Él agradeció de una manera muy cariñosa y se despidió.
De vez en cuando, creo que una vez en la semana, ya por WhatsApp, recibía yo un escueto: » muchas gracias, otra vez «. Era como si nunca se cansara de agradecer.
Un día, muchos meses después, sin embargo cambió el mensaje: decía que vivían juntos, que estaban todo lo felices que se puede estar en Cuba y que estaban esperando un bebé.
Me puse muy contenta, es un tipo de felicidad interior que no alcanzo a describir. Que un bebé nazca en tierra de la que todos huyen, sólo porque respondí un mensaje y formé parte de esa historia, es algo que ninguna palabra puede mostrar, es como si yo fuera a parir otra vez.
Lloré de alegría y agradecí la noticia.
Un tiempo después del nacimiento del niño que se concibió en una carta con perfume, el hombre me presenta a un socito que necesitaba idéntico favor. Y después su hermana, y así…
Es increíble el poder que siento cuando provoco alegría en otros. Esos otros se sienten agradecidos conmigo. Y no logro entender eso. Pero me da mucha fuerza.
Hace poco comentaba en la publicación de una amiga que mi flor preferida es el girasol. Y eso sólo porque no existe una flor giramar. Todo el tiempo ando persiguiendo señales del mar, algo que me haga no perderlo. Si existieran los giramares yo sufriera menos.
Bueno, hay personas como estos jóvenes cubanos que se deciden a plantar su semilla en mi isla, son mis giramares. Los que dicen: esta es mi tierra, que se vayan «ellos», me están cuidando el mar para mi regreso y más que eso, me están mostrando el camino.
La confianza que se asienta y acomoda en la suela de mis pasos.
Pero lo que no saben ellos ni nadie más que yo, hasta ahora que los que tienen paciencia llegan a leer hasta este punto se van enterando; es que soy yo quién siente una gratitud inmensa.
Esas personas han hecho que yo redescubra un placer inmenso: el poder de provocar alegría en otros cubanos.
En la Cuba triste y agotada de hoy.