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Por David Esteban Baró ()

La Habana.- Cuando conocimos a Nguyen Nam, un vietnamita marcado por la tragedia de la guerra, no solo nos conmovió su relato de dolor, sino también nos sacudió la idea de que un país arrasado por la maquinaria militar de Estados Unidos pudo, en apenas unas décadas, renacer como potencia económica en el sudeste asiático.

La comparación con Cuba surgió de inmediato, casi de forma natural. ¿Por qué ellos sí y nosotros no?

Vietnam cuando la guerra

Nguyen, a quien desde 1983 llamamos cariñosamente “el narra”, perdió tres hermanos y varios amigos de infancia durante el conflicto que entre 1955 y 1975 desangró su país.

Pero más allá de la pérdida personal, hay algo en su relato que rompe los esquemas del discurso oficial cubano: el orgullo.

Un orgullo que no se basa solo en la resistencia, sino en el renacimiento. “Entre todos los vietnamitas levantamos un país en ruinas”, decía. Y allí estaba la clave: todos.

Vietnam, tras la guerra, no se encerró en su ideología

El Partido Comunista de Vietnam (PCV), lejos de aislarse o rechazar al exilio, lanzó un llamado de unidad nacional, incluyendo a los vietnamitas que habían abandonado el país o incluso combatido en el bando del sur.

Niños en Vietnam

Esa política fue parte de la estrategia llamada Đổi Mới (Renovación), lanzada oficialmente en 1986, que consistió en una profunda reforma económica y social, sin abandonar el sistema socialista ni el partido único, pero abriendo paso a la iniciativa privada, la inversión extranjera y la descentralización productiva.
Más importante aún fue lo que Nguyen señaló: el PCV tuvo el valor político de preguntarle al pueblo qué tipo de país querían construir.

El Đổi Mới fue precedido por consultas populares, congresos ampliados y debates en los cuales la autocrítica jugó un rol fundamental.

Se reconocieron errores, se ajustaron políticas y, sobre todo, se dio espacio a los actores económicos y sociales emergentes.

El partido no lo controló todo: se convirtió en rector estratégico, no en administrador absoluto.

Cuba, por su parte, nunca aplicó una reforma de tal profundidad, ni siquiera cuando se derrumbó el bloque soviético.

Cuba se encerró en sus imposiciones

Desde 1959, el poder opera bajo un modelo vertical que no consulta, no dialoga, sino que impone. La cúpula partidista decide cada aspecto de la vida nacional como si fuera una deidad incuestionable.
Las “consultas populares” no son sino ejercicios de validación, y las elecciones, un ritual sin competencia real.

La Cuba actual

El pueblo cubano nunca ha sido convocado para decidir el modelo de país que desea.

Siempre se recurre al bloqueo estadounidense como explicación de todos los males.

Pero ese argumento, si bien válido en muchos aspectos, no explica por qué Vietnam —que también fue destruido por la guerra y aislado internacionalmente en sus primeros años— logró crecer a tasas sostenidas por décadas.

Las diferencias

Cuba, que mantiene relaciones diplomáticas con 158 países, sigue hundida en el subdesarrollo, con un aparato productivo colapsado, emigración masiva y una economía de sobrevivencia.

Los niños en Cuba

La diferencia no es solo económica, sino política y cultural. En Vietnam se gestó una cultura de trabajo, unidad nacional y reformas con pragmatismo. En Cuba, se consolidó una cultura del mando, el control total y el culto al inmovilismo.

El Partido Comunista de Cuba nunca tuvo y tendrá la valentía de preguntarle a su pueblo qué quiere. Y por eso, 66 años después, seguimos sin saber cuál podría ser el país que los cubanos —todos los cubanos— estarían dispuestos a reconstruir.

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