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Dejar el peso, abrazar el fuego: La peregrinación como camino de conversión

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Por Alberto Reyes Pías ()

Evangelio: Lucas 12, 49-53

Mucha gente, a lo largo de siglos, ha hecho el “Camino de Santiago”, una peregrinación a la tumba del apóstol Santiago.

Antes de llegar, se debe pasar por “la cruz de hierro”, un sitio donde hay un enorme tronco de
madera con una cruz de hierro en su cima.

Allí el peregrino saca de su mochila las piedras con las cuales ha peregrinado desde el inicio, y que significan el peso de sus pecados. Es un punto importante del camino: el reconocimiento de que, en la propia vida, ha habido mal, y que ese mal se deja a los pies de la cruz.

Luego se llega a Santiago de Compostela, y se abraza la imagen del apóstol Santiago, como signo del abrazo a la fe, como una muestra del deseo de vivir en comunión con los valores del Evangelio que el
apóstol predicó.

Pero ese no es el fin. El peregrino es invitado a seguir un poco más, hasta Finisterre, donde, junto al mar, hay un agujero donde el peregrino quema algo que haya usado durante toda la peregrinación, y tiene un sentido muy profundo: significa quemar la vida anterior, para poder dar inicio a una vida nueva.

Es este el sentido de las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy: es este el fuego que Jesús ha
venido a traer y que está tan deseoso de ver arder: el fuego de su palabra, el fuego que salva, que limpia que cura, que renueva, que destruye el mal.

Pero este fuego tiene un precio: su “bautismo”, su inmersión en las aguas de la muerte, el agua preparada por sus enemigos para apagar para siempre su fuego y que, sin embargo, tuvo el efecto contrario: comunicó al fuego del Señor una fuerza incontenible.

Y es esta la invitación y la advertencia a los que hoy somos sus discípulos y peregrinamos hacia el encuentro definitivo con él. Es la invitación, en primer lugar, a aceptar su fuego, a quemar en nosotros todo lo que nos ata y nos ha atado a lo largo de nuestro camino, de nuestra peregrinación hacia él.

Es la invitación a llevar a otros ese fuego, a comunicar esa Palabra que puede transformar cualquier vida y dar la fuerza para romper las cadenas que atan la existencia.

Y es la advertencia de que, si decidimos aceptar su fuego y propagarlo, también ante nosotros, antes
o después, con más o menos dolor, aparecerá nuestro “bautismo”, aparecerá la incomprensión, la crítica, el rechazo, la exclusión.

Pero aun así, no podemos olvidar que, cuando vivimos en el nombre del Señor, cuando nos hacen
pasar por un “bautismo” de mal por abrazar el fuego del Señor, saldremos siempre de ese “bautismo”
resucitados, renacidos, y al igual que el maestro, incontenibles.

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