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Por René Fidel González García ()
Santiago de Cuba.- No es crisis, es decadencia. Los datos, que nuestros investigadores nos ofrecen, seguirán confirmando la naturaleza y lo irreversible de ese proceso. Parecen datos económicos y sociales pero lo son políticos.
Mientras no se democratice la vida social, económica y política del país, mientras no se instaure un proyecto político democrático y sometido al imperio de la Ley, un Gobierno capaz y coherente, e instituciones públicas que se hagan cargo de la respuesta de cómo sacar al país de este auténtico desastre, de la evaluación, la ejecución y el control de un plan integral de reconstrucción y reactivación de los procesos económicos y sociales en Cuba, nada cambiará.
La raíz de todas las contradicciones que aquí se enfrentan, su causa misma es, en primer lugar, política. El subdesarrollo político es siempre una condición del subdesarrollo económico.
En Cuba la esperanza no puede ser que el bucle del subdesarrollo en que estamos atrapados concluya otro ciclo de reproducción.
Cada ciclo es peor que el anterior porque sistemáticamente degrada las instituciones de la civilización desarrolladas, la cultura interactiva y relacional, el tejido social y el sentimiento de comunidad de destino que la civilización necesita para imaginar y concretar metas.
Y cada ciclo es peor porque lo que lo causa es capaz, para satisfacer las condiciones de su existencia y funcionamiento de:
Subestimar y prescindir de la inter conexión de los procesos de la civilización.
Anular y convertir en perverso el poder de tracción que tienen las contradicciones para generar nuevos umbrales y oportunidades de desarrollo.
Simplificar, homogeneizar y devaluar la complejidad de las estructuras sociales, económicos y políticos.
Ritualizar, desactivar y des jerarquizar social y culturalmente la política como forma de interacción imprescindible y el más importante vínculo social; como mecanismo de formación y acuerdo de decisiones relevantes para la sociedad.
No se trata de una crisis, ni en sentido estricto de un momento que conecta varias de ellas, es decadencia.
Cada cubano que sale de Cuba, que sueña con irse de Cuba, que asume que su proyecto de vida y de felicidad es trasnacional, es una constatación de esa decadencia y al mismo tiempo un portador de nuestra civilización.
El subdesarrollo político explica esa paradoja, pero la decadencia es la de un modelo de monopolio del poder, no de la civilización en Cuba.
La decadencia política no nos remite nunca a la precisión de lo final, de lo que concluye, es a lo irreversible de un proceso.
No es pobreza, es destrucción deliberada y consciente de nuestro patrimonio civilizatorio, no es pobreza, es el fracaso nuestro logrado a costa de su éxito. Lo que nos ocurre no es pobreza.
Un éxodo masivo, precario y azaroso – como todos – y la increíble capacidad de salir adelante de millones de cubanos lo demuestra todos los días, tanto como las vidas de los que estamos aquí.
No es pobreza, es no poder cambiar Cuba.