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Por Max Astudillo

La Habana.- El gobierno cubano, ese museo de la incompetencia con olor a rancio y discursos de 1960, se ha levantado hoy celebrando como si hubiera ganado una guerra. Su gran hazaña: que el 11 de julio de 2025 no haya habido protestas masivas.

Bravo. Díaz-Canel, ese presidente de selfies y vuelos intercontinentales, ese influencer de la miseria, se frota las manos como si evitar que la gente salga a la calle —a punta de amenazas, represión y hambre— fuera un logro revolucionario. ¿En qué manual del socialismo dice que el éxito es que tu pueblo no te mate?

Los medios oficialistas, esos perros amaestrados que ladran al ritmo del partido, han soltado sus titulares triunfalistas. Eso sí, nadie dice que la «fidelidad» de este pueblo está sostenida por el miedo. Miedo a la Seguridad del Estado, miedo a perder el trabajo, miedo a que te caiga una paliza en un calabozo. El castrismo no convence, no seduce, no construye: amedrenta. Y luego lo vende como amor.

Díaz-Canel, mientras tanto, sigue en su nube de likes y protocolos internacionales. El hombre que debería estar resolviendo cómo poner comida en las mesas de los cubanos está demasiado ocupado por sus viajes a Moscú, Minsk o Río de Janeiro, donde sea que lo inviten a repetir el libreto de la «resistencia heroica». Mientras, en la isla, la luz se va, los hospitales son morgues con paredes descascaradas y los salarios no alcanzan ni para el arroz. Pero qué importa: lo importante es que el Twitter revolucionario esté bien alimentado.

El silencio del pueblo no es mejoría

Los babosos del régimen, esos intelectuales de cartón que justifican lo injustificable, periodistas de poca monta, aprovechados y vividores, salen con sus análisis profundos y hablan de madurez política.

Madurez política es aguantar 66 años de lo mismo sin poder votar en elecciones libres, sin prensa independiente, sin derecho a reunirse, a hablar, a exigir. Madurez política es ver cómo tus hijos se fueron en balsas porque prefieren jugarse la vida antes que vivir bajo tu «victoria». Qué asco de cinismo.

El castrocanelismo no ha ganado nada. Lo único que ha hecho es demostrar, una vez más, que su modelo se sostiene a base de terror y migajas. Que no hay proyecto, no hay futuro, no hay ideas: solo hay policías, esbirros y una maquinaria de propaganda que trata de vender el fracaso como si fuera un triunfo.

Cuba no está mejor porque la gente no haya salido a protestar ayer; está peor porque ya ni siquiera les queda fuerza para hacerlo.

Las redes, los viajes y nada más

Y mientras tanto, la élite, los hijos y nietos de la nomenklatura, siguen viviendo en su burbuja de privilegios. Mismo discurso, misma mentira, misma corrupción. Díaz-Canel viaja, ríe, posa, mientras el cubano de a pie hace cola para un pollo que nunca llega. Pero no importa: hoy es un día de celebración. Han logrado que el pueblo no les escupa en la cara. Eso, en cualquier otro país, se llamaría derrota moral. Aquí lo llaman «revolución».

Al final, la pregunta es simple: ¿de qué triunfo hablan? ¿Del triunfo de tener a un país entero sometido por la necesidad y el miedo? ¿Del triunfo de ser los únicos que no ven —o no quieren ver— que Cuba se les muere en las manos? El castrocanelismo no es más que la última fase de un régimen caduco, un zombi político que sigue caminando porque no sabe que ya está podrido por dentro.

Pero tranquilos, que pronto subirán otro video de Díaz-Canel hablando con un campesino en cualquier lugar, tal vez recogiendo una experiencia que otros no pueden aplicar. O tal vez otro tweet sobre el «bloqueo», otro discurso vacío. Y así, hasta que el país entero sea un espejismo.

Han tenido un 11 de julio tranquilo, con policías y militares en las calles, con citaciones y miedo a quienes saben que están en contra. Y con retortijones de estómago. Porque el miedo es también asunto de ustedes.

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