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Por Sergio Barbán Cardero ()
Miami.- Cuba presume cifras admirables en esperanza de vida, escolaridad y cobertura sanitaria. Sin embargo, detrás de los indicadores se esconde una realidad que los vacía de contenido: la falta de libertades. El dilema es claro: ¿qué sentido tiene vivir más años si esos años no pueden ser vividos en libertad?
La alfabetización en Cuba es casi total (leer y escribir) y las estadísticas educativas suelen encabezar rankings regionales. Pero cuando no hay pluralismo ni libertad de pensamiento, la educación deja de ser un camino hacia la autonomía personal para convertirse en instrucción ideológica.
Un maestro puede explicar matemáticas o biología sin mayor fricción, pero si intenta abrir un debate sobre la historia reciente o sobre alternativas políticas, corre el riesgo de ser sancionado. En lugar de formar ciudadanos críticos, el aula se convierte en un espacio de obediencia programada.
Longevidad sin propósito o vivir como máquina. La esperanza de vida cubana ronda los 77–78 años, a la par de países desarrollados. Pero una vida larga no equivale necesariamente a una vida plena.
Piénsese en un médico jubilado; puede alcanzar los 85 años, pero a lo largo de su vida nunca tuvo la opción de viajar por placer o interés histórico, publicar libremente sus opiniones o integrarse a un sindicato autónomo. Su longevidad se traduce en años de disciplina forzada, no en años de proyecto personal y muchos proyectos personales, como el de una vivienda, dura toda la vida y no se materializa.
La salud y educación, son logros “prestados”. El régimen exhibe con orgullo sus indicadores sociales como si fueran trofeos. Pero, al estar despojados de libertades fundamentales, se convierten en logros prestados.
La salud se reduce a estadísticas biomédicas o sea, que son cifras biológicas y clínicas, que miden la supervivencia y el funcionamiento del cuerpo, pero no necesariamente el bienestar integral ni la calidad de vida. Por ejemplo; un paciente puede tener acceso a una operación que lo mantiene vivo, pero al salir del hospital no tiene medicinas en la farmacia, ni comida suficiente, ni agua, ni electricidad, ni libertad para exigir mejores condiciones.
La educación, a porcentajes de alfabetización y de graduados, sin un puesto de trabajo y salario digno.
La cultura es vitrina de propaganda. La cultura en Cuba, que antes de 1959 florecía con una vida artística diversa, abierta a influencias internacionales y con fuerte autenticidad nacional, quedó reducida tras la revolución a un escaparate controlado por el Estado, utilizado como instrumento de legitimación política. La música, la literatura, el cine y el teatro dejaron de ser expresiones libres del pueblo para convertirse en vitrinas de propaganda, donde lo que se produce y difunde debe responder a los dogmas ideológicos del régimen
Ninguno de estos logros garantiza que el individuo pueda decidir qué hacer con lo que aprende, con lo que produce o con los años que vive.
El tráfico con la necesidad es el verdadero mecanismo de control aparece en lo cotidiano. El Estado monopoliza alimentos, vivienda, trabajo, viajes e incluso el acceso a Internet. La ecuación es simple: “Te ofrezco salud, educación y longevidad… pero a cambio de silencio y obediencia”.
Así, las estadísticas brillan en los informes internacionales, pero en la vida real el ciudadano se mantiene atado a un intercambio desigual donde su libertad es la gran ausente.
Un país puede mostrar cifras envidiables de salud y educación, pero sin libertades políticas y civiles esos indicadores se convierten en una jaula estadística. La verdadera medida de progreso no está en cuántos años viven los ciudadanos, sino en cuántos de esos años pueden llamar vida propia.
Nota: inspirado en la publicación de Antonini de Jimenez. Gracias Antonini por tus magistrales clases.