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Texto y foto: Yasser Sosa Tamayo ()
Santiago de Cuba.- Ayer vi a Don Manuel vendiendo jabitas en una céntrica esquina de la ciudad de Santiago de Cuba.
Le decían “el Profe” en la universidad.
Durante años enseñó Historia de Cuba a generaciones enteras.
Fue director de un preuniversitario, escribió libros, dió conferencias en el extranjero…
Hoy vende jabitas recicladas para comprarse algo con lo que sobrevivir.
Lo reconocí enseguida.
Aunque la ropa descolorida, el bastón remendado y la piel cuarteada por el sol lo disfrazan de otro.
Sus ojos, sin embargo, siguen siendo los de un hombre que un día soñó con un país mejor.
Le pregunté si necesitaba algo.
Me respondió con una dignidad que duele más que la pobreza:
—“Lo que necesito no se puede comprar en ninguna parte, muchacho.”
Me lo dijo sin rencor.
Con esa tristeza silenciosa de quien ha dado tanto y ha recibido tan poco.
Y es que en Cuba ya no duele solo el hambre, duele el olvido.
Duele ver a los que lo dieron todo, terminar con nada.
Duele ver que la vida no premia al justo, sino al que se adapta.
Y duele saber que esta historia no es la excepción, es la norma.
Nos estamos acostumbrando a ver a los abuelos vendiendo maní, a los médicos con los zapatos rotos, a los ingenieros pidiendo favores, a los poetas haciendo colas para una libra de pollo.
Y lo peor es que ya ni nos sorprende.
Claro, porque como todo es un disfraz y nada de esto es la realidad…