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Carlos Cabrera Pérez
Ketty Blanco Zaldívar (Guáimaro, 1984) acaba de parir un libro de cuentos desnudos, donde no hay espacios para la hojarasca académica que tanto encandila a metatranquianos y opinionados que firman lo que ni siquiera ellos mismos entienden.
Los niños perdidos de mamá (Editorial Polibea, Madrid y 2025) es un retrato fiel de Cuba; con la virtud que prescinde del tumulto ideologizado para contar una isla de carne y hueso, donde sus personajes añoran la simpleza de la dulzura filosa de una caña erguida frente al tiempo muerto; excepto en la trágica emigración y la violencia que castiga en todos los ámbitos.
Personajes de carne y hueso deambulan por las páginas del libro, rumiado durante años, según contó la autora en la presentación, y que junta el acierto de la buena escritura con la irreverencia criolla de Onelio Jorge Cardoso; como ocurre en el final del cuento Cachorro, que lleva directamente al de Moñigüeso.
Al retratar la pobreza inclemente que padece la mayoría de los cubanos, Ketty evita caer en la tentación fotogénica de lo real maravilloso y otras postalitas tan aclamadas en las ciudades letradas de Europa y Estados Unidos, que siguen confundiendo el fastidio de la menstruación como un acto de liberación que no va a ninguna parte y se repite mensualmente hasta que los huesos se vuelven frágiles y el pellejo se arruga.
Este libro de cuentos es fácil de leer, pero es cruelmente tramposo porque cuando lo acabas, el acabado es el lector, tras constatar que ha leído la simbología de su desdicha, la vicisitud de sobremorir en un infierno que aparenta mansedumbre cordial y donde lo siniestro se cuela por las paredes como los ladridos de perros callejeros en la madrugada; cuando victimarios y víctimas sueñan su próxima maldad y desgracia.
Y los más atrevidos pretenden desovar cuando el cartón de huevos está a precio de Beluga, y entonces -unos y otros- gritan a los cuatro vientos que el cielo se ha ido cerrando para aplastar a los árboles y desalojar a los pájaros carpinteros, a la jutía conga y el venado asustadizo que corre frenéticamente durante la noche, como Ramón Yendía, perseguido por Mariposa, que se partió en dos con la filosa guámpara de Juan Candela.