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Por Jorge Menendez ()
Cabrils.- Quien hojea hoy el Granma podría creer que los BRICS han financiado su publicidad. Problemas más acuciantes, como la luz, la comida, el agua o el transporte, parecen haberse resuelto mágicamente.
Mientras, el gobierno insiste en llamamientos a un nuevo orden económico internacional, como si esto garantizara el futuro de Cuba sin ofrecer nada a cambio. Porque la cruda realidad es que el país no tiene nada que aportar.
Los BRICS, un bloque con peso económico indiscutible por su PIB, ya es presentado por La Habana como una tabla de salvación. Basta analizar a sus principales integrantes para entender por qué Dilma Rousseff, presidenta del Banco de los BRICS, elogia el sistema médico cubano.
Sin embargo, nadie olvida que miles de médicos cubanos trabajaron en Brasil en condiciones cercanas al latifundio y fueron repatriados tras la llegada de Bolsonaro.
Tampoco hablan Rousseff ni Lula de los 900 millones de dólares no devueltos por Cuba tras el fracaso de la Zona Especial del Mariel.
Miguel Díaz-Canel, fiel a su demagogia de vender lo que no puede dar, habló de salud y sistemas de alerta temprana. Pero en un país donde escasean hasta las aspirinas, y donde durante el COVID se priorizó el turismo hasta que la realidad golpeó con miles de muertos, sus palabras suenan huecas.
El mandatario apeló a la cooperación para cambiar el orden mundial, algo factible para los BRICS, pero inverosímil para una nación sin electricidad ni alimentos.
Cuba parece dispuesta a sumarse a cualquier alianza —Unión Euroasiática, BRICS, CELAC— con la esperanza de obtener donaciones.
El guion recuerda al extinto CAME: entonces teníamos azúcar; hoy, ni eso. Mientras, el gobierno construye un «socialismo en dólares», dolarizando la economía y vendiéndolo como un mal necesario, mientras su pueblo sufre una crisis comparable al bloqueo de Leningrado.