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Por May Ant
La Habana.- Nuestro país superó con creces aquel mal llamado Período Especial de los 90, y que no fue otra cosa que una crisis general del sistema, pero que la tiranía nomenclaturizó con otro nombrecito de postal turística. Mucha gente que vivió los 90, no tiene idea de lo que ahora es la realidad cubana, porque es una estampa surrealista, un pasaje dantesco, un cuadro del Bosco.
Veo a diario la agonía de los ancianos en las afueras de las bodegas, esperando por la mísera cuota que cada vez más llega a retazos: dos libras de arroz y una de azúcar, con mucha suerte. Entonces, diez días después, arriba discreto el minipaquetico de café, algo imprescindible para los cubanos, y si cayó una estrella, también llega el arroz faltante, pero no así el azúcar.
Si F. Kafka hubiera sido cubano habría sido un escritor costumbrista en lugar de surrealista.
La mansedumbre de los cubanos llegó al tope y yo alucino por ello. Vivo a 20 metros de los depósitos de basura, en un garaje de mala muerte, cuyo techo de fibrocemento gotea cada vez que llovizna, sin servicio sanitario, sin agua potable, y donde los gatos arrabaleros se refugian cuando no estoy, haciéndome un tremendo reguero.
Ya no me avergüenza decirlo, porque yo también soy de esos pequeños Atlas, que diariamente soportan sobre sus espaldas la isla en peso, y porque es el alquiler más práctico que me pude permitir en este tiempo.
Confirmo que a diario veo, en cualquier horario, cuántos ancianos y también jóvenes, más desafortunados que yo, hurgan en los tanques de basura que tengo frente a mi «casa». Buscan desesperados cualquiera cosa reutilizable: sancocho para sus animales domésticos o de corral, ropas que alguien, que se lo puede permitir, tiró, comida «salvable» para recocinar en casa.
He sentido la angustia del nudo en la garganta, después de ver una familia entera, niños incluidos, reciclando la basura, desquiciados mentales comiendo directamente de los depósitos, porque la familia ya no puede alimentarlos adecuadamente.
El pregón tradicional se ha triplicado y enriquecido en todas sus magnitudes, y ahora, junto con el maní, se escucha decir: «la galleta, el pan suave, el yogurt, el veneno para ratón, el veneno para hormigas, etcétera, etcétera». Con la novedad ahora, que muchas de esas nuevas concurrencias culturales salen de boca de los niños y adolescentes, que después de la escuela se han visto forzados a trabajar como sus padres, para traer un sorbo de economía a casa.
No creo que los déspotas barrigones, que comandan el Arca de Noé, en la que flotamos, ignoren el alucinante mundo exterior que los circunda, pero bien sé que aferrados al poder como están y conscientes de la utilidad de este, no tienen el más mínimo interés de cambiar las cosas. Hacerlo sería un acto de filantropía y ya sabemos que no es una virtud que esté presente en el «carácter moral» de los tiranos y los pusilánimes. A las hienas salvajes hay que echarlas a patadas, antes que devoren el último reducto de dignidad que queda de esta isla mancillada y reducida a la migración, el desamor y la indolencia.