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Por David Esteban Baró ()
La Habana.- «Aquí no se cobra en dólares, pero todo hay que pagarlo en dólares. ¿Cómo se vive así?”, se escucha cotidianamente en las colas, en los mercados vacíos y en cada rincón en el que un cubano intenta sobrevivir.
Durante años nos dijeron que el dólar era símbolo del enemigo, que el imperialismo era lo que no podíamos permitir. Nos enseñaron a mirar con recelo todo lo que oliera a capitalismo.
Incluso, personajes como el exministro de Cultura Abel Prieto se escandalizan porque la gente pone un arbolito de Navidad, pero no abren la boca cuando el dólar —símbolo mayor del sistema que tanto critican— es hoy la moneda que rige la economía cubana.
Mientras el peso cubano pierde valor cada día y el dólar se dispara hasta rozar los 400 pesos, el cubano de a pie no tiene ni acceso ni salario en esa moneda.
Se dolariza el país, pero los trabajadores siguen cobrando en pesos que no valen nada. ¿Quién puede llenar un refrigerador con un salario estatal? Nadie.
“El gobierno te exige fidelidad, pero te paga con pobreza”, dice un obrero en La Habana. “Tú trabajas por pesos, pero todo lo necesario lo venden en dólares. Es como si te castigaran por ser pobre”, remarca.
Tal desorden monetario, que ya ha eliminado y creado monedas como si fueran fichas de dominó (el CUC, el MLC), es la prueba más clara de que el sistema económico fracasó. No hay una moneda fuerte, no hay planificación real, no hay respuesta para el pueblo trabajador. Solo hay más desigualdad, más burocracia y más cinismo.
El dólar es el nuevo amo, pero no para todos. Solo para quien tiene familia afuera, para quien recibe remesas, para quien puede “resolver”. El resto, la mayoría, sobrevive como puede entre colas eternas, apagones y precios imposibles.
¿No decían que este era un sistema socialista, del pueblo y para el pueblo? Entonces, ¿por qué la economía está diseñada para excluir al pueblo?
La dolarización en Cuba no es una solución: es una confesión. Una confesión de que el sistema no funciona, de que no pudieron sostener una economía soberana, y que ahora tienen que rendirse —otra vez— al dólar, pero sin dignidad ni justicia.
Y mientras tanto, el pueblo cubano paga, como siempre, la factura.