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Por Luis Alberto Ramirez ()
La llamada revolución cubana hace tiempo dejó de ser un proyecto social para convertirse en una empresa familiar, manejada con precisión de reloj suizo por la élite que lleva más de seis décadas en el poder.
Detrás del discurso de austeridad, sacrificio y resistencia al “imperialismo”, se esconde una red de fortunas personales, propiedades, inversiones y lujos que contradicen por completo la imagen de igualdad que el régimen intenta vender al mundo.
Los negocios del poder no terminan en las corporaciones militares como GAESA, verdadero emporio económico de las Fuerzas Armadas que controla desde el turismo hasta la banca, pasando por la importación, las tiendas en divisas y la construcción. La corrupción se ramifica más allá, llegando hasta las propias familias de los jerarcas que hoy conforman la aristocracia del castrismo.
Basta mencionar a la familia Castro, que maneja propiedades dentro y fuera de la isla, empresas en paraísos fiscales y participaciones en negocios que, paradójicamente, operan bajo sistemas capitalistas.
Mientras tanto, los hijos y nietos de los altos funcionarios estudian en prestigiosas universidades extranjeras, disfrutan de vacaciones en Europa y Estados Unidos, y se pasean por las redes sociales mostrando un nivel de vida que pocos magnates privados del continente podrían sostener.
Ejemplos sobran. El hijo del actual primer ministro Manuel Marrero Cruz presume de una vida de lujo que contrasta con la miseria de los barrios cubanos; el hijo de Liz Cuesta, autoproclamada “primera dama” del país, exhibe una existencia similar, con viajes, consumo y privilegios reservados a las élites globales. Pero quizás el caso más emblemático, por su descaro y desfachatez, sea el del general Guillermo García Frías, aquel personaje pintoresco que un día, en televisión nacional, aseguró haber resuelto la crisis alimentaria del país criando jutías, cocodrilos y avestruces.

Detrás del disfraz de héroe revolucionario, García Frías y su familia operan una red de negocios que aprovechan el sufrimiento del pueblo cubano para enriquecerse.
Su finca Alcona es un ejemplo paradigmático: allí se celebran fiestas privadas donde no falta nada, comida, bebidas, música, electricidad constante y abundante agua, mientras a pocos kilómetros millones de cubanos padecen apagones interminables y colas para conseguir un litro de leche.
Las fiestas de Alcona, donde incluso se celebran peleas de gallo, se han convertido en una auténtica máquina de hacer dinero, un oasis de lujo en medio del desierto de la pobreza nacional.
Esa finca simboliza lo que verdaderamente es hoy Cuba: un país donde la escasez se administra como negocio, donde el dolor colectivo se convierte en moneda, y donde los mismos que predican la igualdad son los que viven como reyes en medio del caos.
La revolución cubana, si alguna vez mereció tal nombre, hoy no es más que una etiqueta vacía, una marca comercial sostenida por la represión, la propaganda y la hipocresía. Mientras el pueblo lucha por conseguir un pedazo de pan o un litro de agua potable, los gobernantes y sus allegados disfrutan de banquetes, viajes y riquezas.
La llamada “Patria o Muerte” terminó siendo “Patria y Negocio”. Porque en la Cuba de hoy, la muerte es del pueblo… y la patria es un negocio que pertenece a unos pocos privilegiados.