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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Cuba no es el país más contaminado del mundo, ni tampoco de América, pero está entre los primeros y eso debería alarmar a unos gobernantes que se lavan las manos, una y otra vez.
En Haití, por ejemplo, hay más contaminación que en Cuba. Visité Puerto Príncipe, como mula, antes del coronavirus y lo que vi allí me dejó sin palabras.
En la capital haitiana, las zanjas están abarrotadas de plástico, los ríos repletos de basura de cualquier tipo, y hasta la enorme bahía que rodea al puerto está cubierta por una nata de desechos.
En muchos países de África sucede lo mismo, y también en la India, y algunos países asiáticos, a los cuales nunca he ido, pero lo puedo ver en películas, o en vídeos de youtube, cuando descargan.
La Habana, sin embargo, no anda muy lejos. Y la capital cubana era una ciudad limpia hace unas décadas, digamos que hasta que los barbudos que subieron a la Sierra Maestra, bajaron.
Voy a poner un ejemplo: el hermano menor del Che Guevara, Juan Martín, era un niño cuando los rebeldes llegaron a La Habana. Él llegó pocos días después acompañado de sus padres.
El niño que era entonces quedó obnubilado por todo lo que vio. Los barbudos eran como estrellas de cine, y él hizo migas con el que era su ídolo, Camilo Cienfuegos, con el que se iba cada vez que podía.
Camilo iba a recogerlo, contó una vez, hace muchos años, en un lugar donde yo estaba, y lo llevaba a bañarse al Almendares. O se iban a Puentes Grandes, por la Papelera que está en 51, justo donde desemboca el callejón del Husillo, y se bañaban allí.
Cuando escuché esa historia pensé que los ríos de La Habana estuvieron alguna vez limpios. Y si Camilo Cienfuegos resucita y los ve cómo están ahora, seguro prefiere ir a dónde lo mandaron en 1959.
Lo mismo pasa con la bahía, que sigue siendo un sitio inhóspito hasta para los peces, y que, en temporada de lluvias, se cubre de todo tipo de residuos contaminantes, entre ellos heces fecales.
Hasta el litoral del malecón está contaminado, por más que se trate de aguas abiertas, porque no tiene la capital cubana un sistema de procesamiento de deshechos, ni de recolección de basura.
Lo que pasa con La Habana, también sucede en otras ciudades del interior, y hasta en pequeños pueblitos, abarrotados de basureros, con los pozos al lado de las fosas, con peligro para las personas.
Los cubanos, me duele decirlo, estamos vivos de milagro. Porque tenemos que tomar de esas aguas, movernos en ese mundo y vivir en esas condiciones. Muy diferente a cómo lo hace la dirigencia.
Los señores que dirigen Cuba, desde hace muchos años toman agua embotellada. Aunque no haya ni para los turistas, para ellos siempre hay.
Un amigo que vive en Estados Unidos y que estuvo en Cuba hace poco, no encontró agua embotellada en ninguna parte, tomó la que encontró y llegó a su casa en La Florida, de regreso, repleto de parásitos.
Y a esos temas no le dedican programas los pulguientos de la Mesa redonda, de Con Filo, o el tuso de Humberto López.
Ellos están para otras cosas, pero no para ver cómo el castrismo ha ido asesinando el país, como ha matado el medio, enfermado los ríos, las cuencas y el mar, o acabado con numerosas especies.
Cuba, insisto, es un país muerto. La nación está rota, dividida, cargada de ultrajes, y el país -la tierra, el agua, el mar, sus recursos- fenece bajó la mano destructora de un sistema insostenible.
Por suerte, cada vez estamos más cerca del final del comunismo. Eso me consuela