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Por Albert Fonse ()
Ottawa.- Hay algo que no se entiende. Si en el listado de países promotores del terrorismo del Departamento de Estado de los Estados Unidos solo figuran cuatro regímenes, Irán, Siria, Corea del Norte y Cuba, ¿por qué a la dictadura cubana se le trata con tanta suavidad? Si todos comparten la misma acusación, el castigo debería ser igual. Pero no lo es.
A Irán se le estrangula económicamente hasta el último respiro, se bloquean sus bancos, su petróleo y cualquier fuente de ingresos internacionales. Además, les han tirado bombazos. A Corea del Norte se le mantiene en un aislamiento total, sin comercio ni embajadas. A Siria se la castigó con duras sanciones durante los años del régimen de Bashar al-Asad, y ahora se verá qué rumbo toman las relaciones con los nuevos gobiernos que surgen tras su caída.
Cuba, en cambio, recibe un trato completamente distinto. Disfruta de vuelos diarios, remesas millonarias, turismo autorizado y un flujo constante de dólares que mantiene viva a la dictadura. Cada semana salen de la Florida barcos cargados de contenedores que terminan abasteciendo al propio régimen, no al pueblo. Esos envíos, presentados como “exportaciones autorizadas” o “ayuda humanitaria”, se han convertido en el salvavidas económico de una dictadura que debería estar asfixiada por las sanciones que le corresponden. Ningún otro régimen de esa lista recibe un trato tan permisivo.
Esa diferencia no es un descuido, es una decisión política. La administración Trump mantiene una postura ambigua frente al régimen cubano. Usa la etiqueta de país patrocinador del terrorismo como trofeo electoral, pero en los hechos le permite sobrevivir. No hay coherencia entre el discurso y la acción. No se puede calificar a un Estado de patrocinador del terrorismo y al mismo tiempo sostener vínculos económicos, diplomáticos y logísticos con él. Eso no es firmeza, es doble moral.
El argumento de que Cuba no representa una amenaza militar no justifica la indulgencia. El peligro cubano está en su red de espionaje, en sus alianzas con Irán, Rusia y China, y en su papel como refugio y apoyo para regímenes enemigos de Occidente. Un país así no debería recibir trato de vecino tolerado, sino el aislamiento total que corresponde a su conducta.
Estados Unidos ha sido coherente en su dureza con Irán, Corea del Norte y Siria, pero con Cuba no. La mano blanda con la dictadura cubana es una grieta moral y estratégica. Mientras el régimen reprime, censura, exporta propaganda y coopera con los enemigos de Washington, la administración norteamericana le deja abiertas las vías que le garantizan oxígeno económico. No se puede combatir el terrorismo con excepciones convenientes ni usar los principios de seguridad internacional como herramienta electoral.
Si Cuba está en la lista, debe recibir el mismo tratamiento que los otros tres. Si no se atreve a hacerlo, entonces que la saquen. Lo que no puede seguir es esta farsa donde se condena con la palabra y se financia con los hechos. La tibieza frente a la dictadura cubana no es prudencia, es complicidad. Me gustaría saber si los congresistas cubanoamericanos y el secretario de Estado Marco Rubio pueden explicar esta situación.