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Por Jorge Menéndez ()
Cabrils.- Hoy me detuve a mirar con dolor las fotos de los moretones que lleva mi amigo Jorge Fernández Era. Hombre culto, tranquilo, con el raro don de hacernos reír incluso en tiempos grises. También gran escritor. ¿Su ‘delito’? Pensar distinto al régimen, manifestarse pacíficamente.
Ahora le vigilan con una patrulla a diario en la puerta de su casa, como si estuviera encerrado en una celda invisible. Lo detienen. Lo golpean. Y lo maltratan solo por llamar “cínico” a un esbirro que representa el rostro más crudo de la represión.
En ese instante, las clases de historia regresan a mi memoria. Aquellas donde nos enseñaban los abusos de los esbirros de Batista contra estudiantes. ¡Qué ironía! Hemos llegado, una vez más, a lo que tanto criticamos.
Jorge no está solo. Hay miles como él: Oswaldo Payá, cuya muerte aún genera dudas; José Daniel Ferrer, Félix Navarro, Pedro Luis Boitel… Todos ellos acallados, perseguidos o asesinados por el simple hecho de alzar su voz.
El pensamiento está secuestrado en Cuba. La disidencia se paga con cárcel, aislamiento o golpizas. Vivimos bajo un gobierno despiadado, que castiga la libertad con hambre y terror. Un sistema que se empecina en sobrevivir sobre el dolor de los suyos.
Pero lo más indignante es el cinismo con que el régimen construye su relato. Se permite nombrar “terroristas” a quienes jamás han cometido un acto violento, mientras oculta sus propias manos manchadas. Ellos sí ponen bombas, agreden, humillan. Con sus cuerpos armados y su palabra vacía.
La pregunta inevitable aparece: ¿hasta cuándo? La historia es paciente, pero también justa. A Batista le llegó su hora. A Canel y su camarilla les llegará también. Que vayan recogiendo sus millones, porque el reloj no detiene su marcha.
Hoy me duele Cuba. Pero no me callo. Porque en tiempos oscuros, hablar es el primer acto de resistencia.