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Cuando el poder insulta al pueblo al negar la pobreza

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Por David Esteban Baró (Especial para El Vigía de Cuba)

La Habana. – Mientras miles de cubanos luchan día a día por conseguir alimentos, medicinas y transporte, una ministra del Gobierno dejó entrever pública y descaradamente que en Cuba no hay pobreza, profundizando la fractura moral entre la cúpula del poder y la ciudadanía.

Una expresión emitida en una comparecencia en la Asamblea Nacional del Poder Popular, corroída de hace más de 60 años de una falsa unanimidad, puede parecer irrelevante para algunos. Pero cuando proviene de una funcionaria asegurando que en la isla no impera la miseria y los indigentes, esa frase se transforma en insulto.

En un país donde madres se levantan antes del amanecer para hacer colas por una botella de aceite, donde jubilados sobreviven con pensiones equivalentes a menos de dos dólares, y donde los apagones y el desabastecimiento son parte del paisaje cotidiano, negar la penuria es, simple y llanamente, negar la dignidad del pueblo.

Las estadísticas oficiales evitan hablar de índices de pobreza, una categoría que el régimen considera ajena a su retórica ideológica. Sin embargo, no es necesario consultar informes internacionales: basta caminar por barrios de Marianao, San Miguel del Padrón, Guanabacoa o Palma Soriano para comprobarlo.

Casas en ruinas, mercados vacíos, hospitales sin medicamentos y niños que van a la escuela sin merienda describen el verdadero rostro de la isla.

El problema va más allá de una frase o discurso irresponsable. Se trata de un patrón sistemático de ocultamiento, de propaganda vacía sostenida por un aparato de Estado que perdió contacto con la realidad popular.

Aquí se sobrevive

Mientras las élites gobernantes disfrutan de privilegios, con acceso a alimentación dirigida, combustibles, clínicas diferenciadas, plantas eléctricas y transporte, el resto de los cubanos apenas sobrevive.

El trayecto entre los discursos oficiales y la vida real se ha convertido en abismo. Y ese precipicio ya no solo se mide en términos materiales: es una crisis de legitimidad política.

La emigración masiva, que bate récords año tras año, es el mayor plebiscito silencioso contra quienes aseguran que en Cuba “todo está bien”. «Que digan que no hay pobreza es una falta de respeto. No es que no quieran verlo: es que viven en otro mundo,» comenta Ernesto Suárez, trabajador por cuenta propia en La Habana.

Los gobiernos que niegan la pobreza niegan también el derecho de su pueblo a exigir soluciones. Pretenden que la miseria se combata con silencio y represión, no con políticas públicas efectivas.

Cuba no necesita más consignas ni más negaciones oficiales. Necesita voluntad de cambio, apertura y, sobre todo, respeto a la verdad. El país está sumido en una pobreza estructural que no se resolverá mientras se siga culpando a factores externos y negando la responsabilidad interna.

A fuerza de repetir mentiras, el poder en Cuba ha quedado solo hablando para sí mismo. Porque el pueblo, harto de hambre y de promesas vacías, ya no cree en ningún funcionario o dirigente político.

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