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Por Datos Históricos
La Habana.- En 1892 nació Shiro Ishii, en el seno de una familia adinerada japonesa. Desde niño se sintió fascinado por el cuerpo humano, y esa curiosidad lo llevó a estudiar medicina.
En 1921, ya médico, se ofreció como voluntario en el ejército. Diez años después, Japón invadía Manchuria… y entre los rebeldes y prisioneros, Ishii encontró lo que él consideraba “material de estudio humano”.
Financiado por el Estado, levantó un laboratorio conocido como Fort Zogma. Allí, miles de personas fueron infectadas con cólera, peste bubónica o fiebre tifoidea, para luego ser observadas… y muchas veces diseccionadas vivas, sin anestesia.
Durante más de una década, los prisioneros sufrieron congelaciones, inanición, deshidratación, pruebas con armas químicas y biológicas, e incluso explosiones a distintas distancias para medir sus efectos letales. Algunos experimentos carecían de cualquier propósito médico: eran pura crueldad disfrazada de ciencia.
Se calcula que al menos 20.000 personas murieron de las formas más atroces. Pero cuando Japón cayó en 1945, Ishii destruyó instalaciones, eliminó a testigos… y logró un pacto impensable: entregar sus datos experimentales a cambio de inmunidad ante Estados Unidos. Sus colaboradores capturados por la Unión Soviética hicieron lo mismo.
Así, ninguna superpotencia pidió justicia.
Shiro Ishii murió libre a finales de los años cincuenta… dejando tras de sí una de las páginas más oscuras de la historia de la ciencia.