Por Ragnar Wilfredo Robas ()
Guantánamo.- Uno de mis primeros recuerdos: once de abril de… hace tantos que yo era un niño pequeño. Muy pequeño. Mi padre me llevó a esperar el amanecer en Playita de Cajobabo. Queria enseñarme a celebrar una fecha que, en aquel entonces, era importante celebrar. La orilla de la playa. El sonido del mar contra la arena. La oscuridad y una estrella. Años después supe que era Altaïr.
Este es uno de mis primeros recuerdos.
Esta «crónica» va sobre eso. De los recuerdos. De de los recuerdos y de las cosas que pesan en nuestra conciencia.
De las ganas de rendirme.
La primera vez que quise rendirme de verdad tendría siete años. Ese dia mi padre me «enseñó» a nadar. El método de enseñanza consistía en arrojarme al río en la parte más profunda. Y que yo saliera. Nadando. Por mis propios medios.
Fue mi padre quien me enseñó que somos animales hechos de instintos.
Veintiocho años después cierro los ojos y puedo contar las burbujas que salen de mi boca mientras me hundo.
Puedo recordar que era hermosa la refracción de la luz en la superficie. El sol se veía pequeño, rodeado por la oscuridad fría del agua. El sol se veía como Altaïr.
Y me rendí saben. Era un niño de siete años que se hundía y no sabía nadar.
Me rendí. Hasta que llegue al fondo.
Hay una frase de Milán Kundera que me encanta: «Soñé que estaba bajo el agua, y los latidos de mi corazón producían círculos en la superficie». Años después la utilicé para el final del último cuento de mi segundo libro publicado. Un cuento que tenía que ver con mi propia muerte.
Pero, en aquel entonces, fue mi corazón. Estaba en el fondo, rodeado de oscuridad, y mi corazón seguía latiendo. Mi corazón no quería rendirse.
Salí del río, caminando por el fondo hasta la orilla. Mi padre me miró y sonrió. Yo me arrojé de nuevo al agua. Porque somos animales hechos de instintos.
Ese día aprendí a nadar. Por mis propios medios.
Ese día no me rendí porque mi corazón no quería rendirse. A pesar de mí mismo, mi corazón no quería rendirse.
Escribo estas cosas que no he contado nunca para alguien que lo necesita. Alguien que no quiero que se rinda. A pesar de todo. A pesar de que la luz pueda verse tan lejos que podamos confundirla con Altaïr. La estrella más brillante de la constelación del Águila.
Puedo contar muchas historias.
Vincent van Gogh quiso ser misionero y vivió compartiendo las miserias de los carboneros de Borinage. Fracasó. Quiso ser pintor y nunca en su vida vendió uno de sus cuadros. Hoy es una leyenda en el mundo del arte. El mismo Vincent van Gogh que escribió: «Estoy buscando. Estoy luchando. Estoy en ello con todo mi corazón».
Miyamoto Musashi, el samurai más famoso de todos los tiempos, nunca perdió un duelo. Pero perdió todas las guerras en las que participó. Igual nunca se rindió.
Pudiera, como dije, contar muchas historias. Pero no es el propósito.
Solo quiero que no te rindas. Es difícil. Lo sé.
La mente humana está hecha para magnificar las cosas. Mi desastre siempre será más grande y más doloroso que el desastre ajeno. Así funciona.
Pero se trata de no rendirse.
Y estoy siendo hipócrita. Lo sé. Todos los días me levanto como si fuera el último. Soy un juguete roto desde hace mucho tiempo y abrir las redes sociales en la mañana y leer cosas como: «El gobierno de Noruega dona cuatrocientos mil dólares para los afectados del huracán Óscar». Sabiendo que a esos mismos afectados le están vendiendo los combos de comida y los colchones a «mitad» de precio. Sabiendo que mis amigos lo único que me piden y dicen necesitar es efectivo porque aún en medio de este desastre donde tantas personas perdieron todas sus cosas materiales, le están vendiendo las cosas en efectivo.
Eso hace que me hunda un poco más.
Pero mi corazón sigue latiendo. A pesar de mí mismo y contra todo pronóstico. Sigue latiendo. Bajito. Lento. Sin rendirse.
Por eso te pido que no te rindas. A ti por quien escribo esto. Un final no siempre es EL final, sino solo un final.
Tu corazón sigue latiendo. A pesar de todo.
Y en el cielo esta Altaïr. La estrella más brillante de la constelación del Águila. La primera que recuerdo. La primera estrella que vi en el cielo cuando no pude mirar más el desastre a mi alrededor ni los ojos de las personas en San Antonio.
Altaïr esta en el cielo. Tu también puedes estarlo.
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