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CRÓNICAS DE VIAJE (MIKULOV)

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Por Renay ChiNea ()
Viena.-
—¿Quieres que pasemos una noche en Mikulov?— me dijo Elina.
Me eché el sombrero pa’tras. Me remangué la camisa y le tuve que hablar seriamente:
—Compañera… siempre he soñado con ese pueblito!
Lo cierto es que cuando alquilamos el coche en el aeropuerto de Cracovia solo sabíamos que nos iríamos al sur. Tomamos la ruta hacia el suroeste, pasamos cerca de Katowice, y de ese luctuoso lugar que le decimos Auschwitz y que en polaco llaman de otra manera. En estas tierras de tantas culturas juntas y revueltas, los lugares suelen tener nombres escondidos.
Enseguida cruzamos sin sobresaltos la frontera Checa. La idea era avanzar todo lo que se pudiera: hacer noche en algún sitio de Chequia, ir a parar a Austria, y de ahí corregir el rumbo hacia otro lugar.
DestinoChequia | 5 razones para viajar a Moravia del SurAsí fue que en un stop en un café de carretera, Elina encontró a Mikulov, un pueblo pintoresco al sur de Moravia, cerca del borde austriaco, con un castillo famoso.
Debería existir un concurso para determinar cuál es el peor café que se sirve junto a una carretera en el mundo. Los he probado requemados, renegridos, aguados, doble aguados, aguaeculeados. La competencia sería infinita, pero checos y polacos rondarían el podio.
Este viaje, a Europa central —que no del este— salió del hecho cierto del coste del ticket: Girona-Cracovia 14.99 euros y de una profunda conmoción emocional: ¿Cómo les va a aquellos países que estuvieron, como está Cuba hoy, sepultados toneladas de barro bajo el comunismo? Es hora de averiguarlo, pensé.
Puede ser una imagen de céspedAllá en las lejanas noches habaneras de los 90’s cayó en mis manos “Cartas a Olga”.
Un libro que llegó furtivo y leí con sobresalto. Vaclav Havel, notable dramaturgo y escritor —luego Presidente— le enviaba cartas a su esposa Olga, durante los días duros de la prisión. En esos momento envidiables del conductor, en que Elina y los niños miran el paisaje, uno se queda absorto en mil pensamientos. Siento pereza explicarles quién fue Havel. Discurren los árboles frondosos del otoño en una sinfonía del rojizo al pardo, pasando por el amarillo. En una de sus cartas le habla Vaclav a Olga, de la lluvia ácida y los daños ecológicos que le ha infligido el comunismo a su país. Ahora, un país ordenado se abre ante mi como un billar de estreno. Algunos países tienen vida de final feliz como las películas americanas.
Un hermoso campo recién roturado, deja panzarriba los terrones negrísimos del chernozem. Parecen cuervos acostados. Y me llevan al campo que sigue arando mi padre por los surcos de mi infancia. Me arden los ojos y me empiezan a titilar. Le digo a Elina que encuentre un hotel…
—Y déjame Mikulov para mañana— le dije.
Al siguiente “no café” de la autopista, apareció el paraíso a unos 15 minutos al sur de Brno: Slavskov u Brna… Como a mí, tampoco a ustedes ese nombre les dice nada. Con los años y la homogeneidad del mundo, uno comienza a aborrecer todas las ciudades: nada se parece más al Centro de Madrid que el centro de Hamburgo, que no es otra cosa que el Centro de Paris, el de Barcelona, el de Zurich o Viena. Los mismos negocios, la misma riqueza, los mismos Corvettes, las mismas cadenas: solo cambia el acento con que hablan inglés los empleados.
Ya por eso este pueblito encantado de los alrededores de la capital Morava es un gran hallazgo. Tiene una calle principal, una vieja iglesia de agujas altas, un cabaret, un supermercado; una cervecería de destilación artesanal con un restaurante con comida checa… y ¡una colina célebre!
Ni usted, ni yo ayer, sabíamos nada de esa colina ni de Slavkov u Brna, pero todos sabemos de Austerlitz, el nombre con que quedó registrado en la historia. Allí chocaron en una de las batallas más célebres y encarnizadas de la historia, los ejércitos de tres emperadores: Alejandro I, zar de Rusia; Napoleón Bonaparte y Francisco II, de Austria. Pelearon 157 mil hombres, cayeron 16 mil y 12 mil salieron prisioneros.
Puede ser una imagen de nieblaA la mañana siguiente, entre una densa niebla y un bosque encantado de diversos colores, fuimos a visitar el túmulo solitario que honra a los caídos.
Le estoy contando a Elina que desde esta elevación, donde estamos ahora, el Mando Ruso-austriaco embistió con fuerza el flanco izquierdo —derecho de los franceses— en los alrededores de Telnice.
La mañana del 2 de diciembre de 1805 era fría. Y Napoleón se las ingenió para dar a entender que entró en la lucha porque no tenía más remedio. Mostró debilidad, mostró desgano y para dar fe, hizo recular ese flanco izquierdo hacia donde se dirigen ahora los miles de soldados austro-rusos a galope redoblado. ¡Y era una trampa!
Puede ser una imagen de 2 personas y nieblaMe vuelvo para ver si entre la niebla me escuchan Pipo y Lucas… y los encuentro, con el IPhone, tratando de tomarle fotos a los cuervos que se esconden y aleteaban en la niebla.
“Cannon to right of them,
Cannon to left of them,
Cannon in front of them
Volleyed and thundered;
Stormed at with shot and shell…”
Cantaba emocionado Tennyson/
pero ellos dos/
Lavada ya la sangre de los muertos/
arropada la colina por la conmiseración y la vacua ceremonia/
Gastadas y regastadas y vueltas a gastar/
las páginas en los libros/
con que se amaña la historia/
Ellos no se fijan más que en el cantar efímero del cuervo/
en el graznido sepulcral que irrumpe en la colina/
sin que reviva nadie/
Sin que se alcen los del zar/
Ni los de abajo o más allá/
Y no hay sobrevivientes/
Toda batalla será para olvidar/
que alguna vez/
alguien murió por algo.”
Una hora más tarde, un cartel anuncia a Mikulov, en la antesala de Austria. Buscamos en la bruma la silueta de un castillo pero no distinguimos nada. En un hotel en Viena, por internet, hemos descubierto que la dueña del castillo famoso, es Mercedes Von Dietrichstein, una duquesa argentina que vive en un piso de Buenos Aires, pero ya es tarde y ese será otro cuento.

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