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Por Edurdo Díaz Delgado ()
La revolucion es, en teoría, un proceso de sacrificios, de confianza en el camino difícil hacia algo mejor. Pero en realidad, cada crisis profunda que hemos vivido no ha sido un obstáculo del camino, sino el resultado directo de las malas decisiones de esa misma revolución.
Ahora Díaz-Canel nos pide confianza. Nos habla de reconstruir, de resistir, de superar juntos los problemas. Pero, ¿qué confianza puede pedir alguien que no se la ha ganado? ¿Qué autoridad moral tiene para exigir fe ciega en un proyecto que él mismo ha empujado al abismo?
Ellos piden confiar en el proceso, cuando lo único que hemos visto en su progreso es el retroceso del país. Venden palabras como desarrollo y soberanía, pero lo que ha traído esta revolución es una involución constante. Agradecemos, en todo caso, esa claridad trágica: al avanzar con ellos, lo único que ha avanzado es el deterioro. El retroceso no ha sido un accidente. Ha sido el camino.
Porque no se trata de una crisis aislada. No se trata de un “bache coyuntural”. Es una espiral. Una repetición de errores. Este gobierno está intentando resolver una catástrofe que nació de su propia gestión, mientras promete soluciones que antes no fueron capaces de aplicar cuando los problemas eran incluso menores.
Entonces, ¿cuándo se gana esa confianza? ¿En qué momento se ha hecho algo para merecerla? ¿Cuándo ha dado resultados esta supuesta revolución que justificaran su permanencia?
Ni siquiera en sus mejores años fue lo que prometieron, ni siquiera mejor que lo anterior. Lo que prometieron como un camino duro hacia el progreso, se convirtió en un desmonte sistemático de todo lo que había. De la infraestructura. De la economía. Incluso de la institucionalidad. De la esperanza.
La revolución cubana ha sido, en realidad, un proceso de constante intento por salir de los problemas que ella misma ha creado: la vivienda, el transporte, la alimentación, la electricidad, los servicios básicos… todo está en ruinas. No porque vino un huracán, no por culpa del clima o del “imperio”. Está en ruinas porque el sistema es inviable. Porque el modelo es un fracaso.
Y ahora, cuando todo se cae a pedazos, pretenden que resistamos. ¿Resistir qué, exactamente? ¿A qué le debemos fidelidad? ¿Qué estamos preservando? ¿Lo que nos oprime? ¿Lo que nos limita? ¿Aquello que impide que florezca un país lleno de talento, de recursos, de gente capaz?
Y algunos dirán, «esto cuando estaba Fidel no pasaba». Y hasta tal vez tengan razón. Pero fue con Fidel que se normalizó la miseria, cuando se borraron nuestros sueños, fue con Fidel que la Revolución se dedicó a sobrevivir desde los 90 sin aspirar a nada más que a eso, a sobrevivir, a costa de nuestras carencias.
En Cuba se normalizó la falta de derechos, como el derecho natural de trabajar por tu cuenta y ponerle precio a tu esfuerzo. Se perdió el derecho a decidir varias cosas que son impensables que no pudiéramos elegir, como la escuela en la que quieres estudiar, por ejemplo. Esto personas mayores lo recordarán bien. Fidel Castro no gobernó con tanto descaro, ni vio a Cuba en unas ruinas tan absolutas, pero preparó el camino y lo recorrió bastante, un poco peor que eso, nos arrastró por ese camino.
Cuba tiene tierras fértiles, pero no nos dejan producir. Cuba tiene personas trabajadoras, que en cuanto cruzan fronteras prosperan, pero dentro de Cuba no pueden crear, no pueden emprender, no pueden decidir.
Entonces no. Ni continuidad. Ni confianza. Y ni legado de Fidel. Todo eso solo ha sido destrucción.
Lo que queremos es cambio. Queremos libertad para elegir a quienes nos gobiernan. Queremos participar de forma directa en las decisiones que afectan nuestro presente y nuestro futuro.
Porque Cuba no es la revolución. Cuba no son ellos. Y ellos no nos representan.
Son un estorbo. No hay nada que esperar. No hay nada que defender. Ni hay nada por lo que resistir. Porque lo único que se nos cae encima…es el país.