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Por Luis Alberto Ramirez ()
La reciente salida de Marta Elena Feitó Cabrera del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social ha sido presentada por el régimen cubano como una “renuncia” voluntaria aceptada por el Comité Central del Partido Comunista. Pero en el contexto cubano, todos saben leer entre líneas: a la ministra no la dejaron ir, la hicieron irse. Fue una destitución disfrazada de renuncia, un recurso habitual en la narrativa oficial para evitar reconocer conflictos internos o errores administrativos.
Pero más allá del caso puntual, la pregunta inevitable es: ¿qué pasaría si ese mismo trato se aplicara al resto del aparato gubernamental, de los medios oficiales y de los cuadros del Partido? La respuesta es simple: la revolución se quedaría sin ‘líderes’.
El Ministerio de Energía y Minas promete soluciones a los apagones mientras las termoeléctricas colapsan una tras otra. La ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, ha llegado al colmo del cinismo en la “Mesa Redonda”, afirmando que “en los mares que rodean a Cuba no hay peces”, una frase que quedará para la historia del absurdo revolucionario.
A eso hay que sumarle las fábulas del general Guillermo García Frías, quien no solo juró que los avestruces iban a resolver la crisis alimentaria, sino que también impulsó el cultivo de jutías y cocodrilos como “fuente alternativa de proteína”.
Y cómo olvidar las promesas de Miguel Díaz-Canel, quien aseguró que las tiendas en pesos cubanos seguirían abastecidas, mientras el pueblo se desvive en colas eternas o en mercados en divisas inaccesibles. La televisión cubana, fiel cómplice del engaño, sigue mostrando cifras alegres, campos rebosantes de producción y platos rebosados de alimentos… aunque en la vida real no haya ni pan.
La salida de Feitó no fue por ineficiencia (todos son ineficientes), sino probablemente por haber perdido alguna cuota de respaldo dentro del poder. En Cuba, nadie renuncia a ser ministro, porque serlo significa vivir con privilegios, escoltas, casas confortables, comida garantizada, viajes y estatus. La salida de cualquier funcionario de alto rango siempre es por castigo, por pugnas internas o por necesidad de enviar un mensaje a la opinión pública.
La revolución cubana vive una gran contradicción: se sostiene sobre la mentira, pero castiga selectivamente a quien deja que se note. Si la vara fuera la misma para todos los que mienten, que son prácticamente todos, no quedaría nadie en el poder.
Lo cierto es que el sistema no premia la verdad ni la eficiencia, sino la obediencia y la habilidad de sostener la narrativa oficial. La caída de Marta Elena Feitó no representa una depuración moral, sino otra maniobra en el tablero de supervivencia de una cúpula política que ha perdido la conexión con la realidad del país. Y mientras tanto, la mentira sigue siendo la única política de Estado que se cumple a rajatabla.