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Por Jorge L. León ()

La tragedia cubana ha dejado de ser un asunto ideológico para convertirse en una emergencia humanitaria. Lo que comenzó como un proyecto de poder absoluto se ha transformado en un sistema que solo reparte miedo, hambre y desesperanza. Hoy, Cuba ya no lucha únicamente por la libertad: lucha por la vida misma.

Cuba ha llegado a un punto límite. Seis décadas de castrismo empobrecedor, cínico y criminal han convertido a la isla en un territorio arrasado, donde el miedo y el adoctrinamiento han sido herramientas de sometimiento y cómplices de una barbarie planificada. La tragedia que hoy asoma en cada esquina del país no es un accidente histórico: es el resultado directo de un régimen que solo ha sabido perpetuar su poder a costa de la vida del pueblo.

La lucha del cubano ha dejado de ser únicamente por la libertad. Ahora es, de manera desgarradora, por la subsistencia. El cubano se enfrenta cada día a una batalla contra la nada: sin agua, sin electricidad, sin alimentos, sin medicinas, sin esperanza. La vida cotidiana se ha reducido a una carrera angustiosa por sobrevivir a la miseria extrema.

El hambre como política de control

El hambre no es un efecto colateral: es un instrumento de dominio. El castrismo ha utilizado la escasez como un método de sometimiento, sabiendo que un pueblo hambriento no puede organizarse ni rebelarse con la misma fuerza. La libreta de racionamiento, símbolo de la humillación prolongada, nunca fue garantía de bienestar; fue el grillete con el que se encadenó al cubano a la dependencia estatal.

Hoy, cuando el desabastecimiento alcanza niveles inauditos y el costo de un cartón de huevos supera lo que un jubilado recibe en todo un mes, la crudeza del sistema se revela sin disfraces. El pueblo ya no se pregunta por derechos abstractos, sino por cómo llevar un pedazo de pan a la mesa.

El miedo como estrategia

El castrismo aprendió pronto que no basta con empobrecer: hay que infundir terror. Por eso el aparato represivo se alimenta de vigilancia, delación y castigo ejemplarizante. Desde las Unidades de Vigilancia hasta los interrogatorios policiales, la dictadura ha tejido una red de control psicológico que paraliza la rebeldía y divide a la sociedad.

Pero el miedo empieza a quebrarse. La miseria es tan brutal que ha roto el silencio de generaciones. Las protestas recientes, aunque reprimidas con saña, son la prueba de que el pueblo ya no teme tanto a la represión como a la muerte lenta del hambre y la desesperanza.

El fracaso del mito revolucionario

El castrismo se vendió al mundo como epopeya de justicia social. Esa fachada se sostuvo con discursos vacíos, propaganda y un aparato mediático que ocultaba la realidad. Durante décadas, se glorificó un modelo que nunca funcionó, mientras se condenaba al cubano a la escasez, la mentira y la emigración forzada.

Hoy ya nadie cree en el mito. El “hombre nuevo” no existe, la justicia social se convirtió en privilegio de una élite, y la igualdad se reduce a compartir la miseria. Lo que alguna vez se proclamó como revolución ha degenerado en caricatura de poder, sostenida solo por el miedo y la represión.

La hora de la verdad

Cuba enfrenta hoy el cierre de un ciclo. El castrismo ya no tiene respuestas, ni siquiera pretextos. El caos de la miseria extrema se ha vuelto inocultable: apagones interminables, hospitales colapsados, barrios sin agua potable, familias que revuelven la basura para encontrar alimento. Esa es la verdadera radiografía de un sistema agotado.

La tragedia cubana no es un tema ideológico: es una urgencia humanitaria. La lucha del pueblo no es ya por la democracia, ni siquiera por la libertad en abstracto: es por la vida misma. Es ahora o la muerte.

Por eso, comunistas y acólitos deben dejar de fingir. No hay bloqueo que justifique el hambre deliberado, ni imperialismo que explique la corrupción y la ineficacia de un gobierno que lleva más de 60 años en el poder absoluto. La verdad está desnuda: Cuba vive una catástrofe provocada por sus gobernantes.

Asi las cosas …

La historia no perdona a quienes simulan ante la barbarie. Cuba se hunde en un abismo que no puede ser ignorado por más tiempo. Fingir que el castrismo es un proyecto viable es ser cómplice de su crimen. El pueblo cubano, agotado y desesperado, se levanta contra el silencio, porque sabe que ya no se trata de esperar un futuro mejor: se trata de sobrevivir hoy.

El ciclo se ha cerrado. La hora de la verdad ha llegado.

(Jorge L. León es historiador e investigador)

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