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Por Joel Fonte
La Habana.- En un contexto en que la retórica castrista cada vez se envilece más -no solo porque viola todos los valores y principios éticos, sino porque se retuerce en su extendida ignorancia- asistimos recurrentemente a discursos que ofenden la inteligencia humana, y aumentan el rechazo hacia una ideología -no política- sedienta de conservar el poder a cualquier precio.
Así, tan pronto escuchamos a la señora del mayordomo de Castro -esa que ostenta gafas por cientos de euros que un trabajador cubano no gana en un año de duro trabajo- citar a los héroes de nuestras guerras de independencia en los términos con que tradicionalmente se definen en los Estados Unidos a los líderes de la independencia de las 13 Colonias -Padres Fundadores-, como escuchar a otro ‘intelectual de la revolución’ comparar al régimen castrista con la Revolución Francesa…
Están ciegos. Y la ceguera causada por la ignorancia puede ser enormemente peligrosa para los destinos de una nación, porque el ignorante es errático, venal, y puede ser letal en su incapacidad.
No puede compararse a la Revolución Francesa, a pesar de los ríos de sangre que desató, de sus más de un millón de víctimas, con la mal nombrada ‘revolución cubana, porque esta última no hizo más que apagar el fuego de la nueva republica para hundirla en la nación desesperanzada que es hoy, destrozando su economía, su sociedad. El castrismo solo ha dejado un legado de muerte y huida donde quiera que ha puesto sus garras…
La Revolución Francesa, por el contrario, marco un hito histórico para la humanidad: dió paso a la Modernidad, a la Edad Contemporánea sustituyendo los rezagos de un orden milenario caduco, con valores espirituales rancios de una aristocracia que defendía el sistema monárquico absolutista, con los privilegios del clero, y dio paso a un nuevo orden regido por la Burguesía capitalista, por la razón y las libertades individuales.
En nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad se promovieron matanzas inaceptables por 10 años, hasta que el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte le puso fin en 1799, pero la Revolución Francesa alcanzó lo que un puñado de ladrones con su orgia de sangre, hoz y martillo no podían siquiera concebir cuando entraron en el ’59 resueltos a quedarse con todo a su paso…
La Revolución Francesa proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, enalteciendo el derecho a la libertad, a la propiedad y a la seguridad como derechos naturales, además de proclamar la igualdad de todos los hombres ante la Ley, sin importar su origen social o condición económica, principios que llegaron a influir en la Declaración de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas en la saga de la Segunda Guerra Mundial y aún vigente. Una igualdad ante la ley con la que el castrismo barrió, convirtiéndonos a casi todos en esclavos de su voluntad, y a la Ley en un sucio pañuelo de bolsillo…
Asimismo, la constitución pasó a ser en Francia, y luego en la mayoría de los estados europeos conquistados por Napoleón, un instrumento imprescindible dentro de las nuevas formas de gobierno, instituyendo la libertad de pensamiento y de prensa, así como la libertad religiosa; se abolieron también los privilegios para la nobleza y el Clero, los que impedían el ascenso económico u social de la Burguesía.
La Revolución Francesa, además, dió inicio al nacionalismo, ideología que se extendería luego por toda Europa determinando la lealtad de los ciudadanos hacia el Estadio, y llegó incluso a influir en las revoluciones que tuvieron lugar en la América Latina y colonias del Caribe en el siglo XIX, así como en la Europa previa a la revolución rusa de inicios del siglo XX.
Estoy claramente bien lejos de la izquierda, de cualquier ideología que privilegie la violencia del Estado por sobre los derechos del hombre, pero el castrismo no es ni un mal discípulo siquiera de los pupilos de Robespierre…