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¿Cómo convertir un acto del 26 de julio en un reality show de lealtades forzadas?

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Por Max Astudillo ()

La habana.- En Ciego de Ávila, la maquinaria del régimen se pone en marcha con la precisión de un reloj suizo… si el reloj estuviera roto y lo llevaran arrastrando. El objetivo: reunir 10 mil avileños para el acto del 26 de julio. ¿Cómo? Con la fórmula infalible del socialismo caribeño: militarización de la sociedad, coerción laboral y un toque de teatro barato.

Oficiales, soldados, estudiantes y trabajadores —los mismos que no encuentran pollo en la bodega— serán los extras de esta película donde el guión lo escribe la Seguridad del Estado y la dirección corre a cargo del miedo .

El procedimiento es tan sutil como una patada en la cara. Primero, la policía política pide listados completos de trabajadores. Luego viene el «filtro»: directores, funcionarios del Partido y agentes de la SE analizan caso por caso, como si eligieran ganado para un matadero, quiénes tienen el «privilegio» de asistir.

La justificación para faltar debe ser «muy convincente» —léase: un cadáver en casa o un permiso de salida del país—. El que se resista, sencillamente «se va». No del acto: del trabajo . Así funciona la democracia socialista: tú votas con los pies, y ellos te los cortan .

El socialismo es un show de tv

El colmo del cinismo llega con la puesta en escena. Los «voluntarios» pasarán la noche en el área del acto, vestidos con pulóveres blancos pagados por el PCC —la misma organización que no les paga salarios dignos—. ¿El objetivo? Proyectar sobre ellos banderas y consignas como si fueran una pantalla humana. Cuba, el PCC y el pueblo: un trío perfecto en la coreografía del autoritarismo.

Lo que no mostrarán las cámaras son los ojos vidriosos de quienes estarán ahí por miedo a perder el empleo, o los estómagos vacíos de quienes aplauden mientras sueñan con un plato de comida .

Mientras, el país se desmorona. La inflación galopante —esa «herencia del bloqueo» que curiosamente no afecta a la nomenclatura—, los apagones interminables y la escasez crónica son el verdadero telón de fondo de este espectáculo. Pero al régimen no le importa. Necesitan la foto para el Granma, el vídeo para Telesur y el tuit para los incautos que aún creen que Cuba es un paraíso revolucionario. Si mañana se hundiera la isla, Díaz-Canel buscaría cómo proyectar la bandera sobre los escombros .

La misma farsa de siempre

Lo más tragicómico es que este circo ni siquiera convence a los que lo montan. Los mismos funcionarios que organizan el acto saben que es una farsa, igual que saben que el «apoyo popular» se mide hoy en dólares en el bolsillo y no en consignas gastadas.

Pero el castrismo ya no tiene ideas, solo tiene rituales: reuniones multitudinarias donde nadie quiere estar, discursos interminables que nadie escucha y una revolución que se reduce a mantener las apariencias mientras la realidad se pudre .

Al final, el mensaje es claro: en Cuba, el socialismo ya no es un sistema político, es un set de televisión. Y los ciudadanos, actores secundarios en una obra que no eligieron, donde el guión lo escriben los mismos de siempre y el único aplauso permitido es el de las manos que temen dejar de moverlas .

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