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Por Albert Fonse ()

China ha entrado en Cuba sin tanques ni soldados, pero con una estrategia igual de invasiva. Bajo el disfraz de cooperación energética y tecnológica, está construyendo una posición de control geopolítico a solo 145 kilómetros de Estados Unidos. Lo que se presenta como inversión, en realidad, es ocupación encubierta.

En 2025, el régimen anunció la construcción de 55 parques solares financiados por China, con otros 37 en marcha. No se trata de un gesto solidario, sino de una jugada milimétrica: introducir infraestructura crítica en un país quebrado y endeudado, para luego condicionar sus decisiones desde adentro. El modelo chino es claro. Ofrece créditos, tecnología y soporte político, pero exige sumisión, silencio y acceso preferencial a todo lo que le interese: puertos, telecomunicaciones, logística, minerales, influencia internacional.

Rusia ha perdido fuerza por su guerra y sanciones. China no pierde tiempo. Ocupa su lugar en la isla con rapidez y sin estridencias. Controla las telecomunicaciones a través de empresas como Huawei, entrena a funcionarios cubanos en vigilancia digital, exporta técnicas de censura y utiliza la deuda como arma. Cuando Cuba no pueda pagar, que no podrá, llegará el momento de cobrar: cesiones de soberanía, contratos a dedo, privilegios comerciales, presencia permanente.

Ya existen reportes sobre estaciones de espionaje electrónico chinas en Bejucal. Desde allí se monitorea el tráfico de comunicaciones del sur de Estados Unidos. No es una suposición, es un movimiento táctico. La dictadura cubana ofrece el terreno, y China pone los recursos. Ambos ganan: uno se mantiene en el poder, el otro se afianza como actor directo en el hemisferio occidental.

EEUU hace mutis

El peligro para Estados Unidos es real e inminente. Con la tecnología que China está instalando en Cuba se abre la posibilidad de ciberataques desde territorio caribeño, campañas de desinformación masiva, creación artificial de estados de opinión y propaganda política dirigida al interior de Estados Unidos.

Desde esa plataforma se pueden infiltrar redes, manipular narrativas, sembrar caos informativo y operar con impunidad.

Los exiliados cubanos en Florida y otros activistas que luchan contra la dictadura se convierten en blancos potenciales de vigilancia, seguimiento, intervención digital y represión transnacional.

Esta no es una amenaza futura. Es una operación en marcha. La infraestructura ya está instalada. Los acuerdos ya están firmados. Las consecuencias se están cocinando a fuego lento, mientras Washington guarda un silencio peligroso.

Resulta incomprensible que esta administración, que conoce los riesgos de la expansión china, esté permitiendo que una dictadura respaldada por Beijing se fortalezca justo frente a sus costas. En lugar de tomar medidas firmes, se limita a declaraciones diplomáticas y sanciones simbólicas que no alteran el juego real.

La trampa china en Cuba

Lo que está ocurriendo en Cuba no es soberanía energética. Es una trampa. Una estructura de dominación diseñada en Pekín y ejecutada por un régimen que ha entregado el país a cambio de mantenerse en el poder.

No necesitan bases militares camufladas cuando pueden operar desde una red de telecomunicaciones controlada, desde servidores infiltrados y desde acuerdos opacos que comprometen la seguridad regional.

Cuba no se está levantando. Está siendo vendida pieza por pieza a una potencia que ve en la isla no un socio, sino una base de operaciones estratégicas, económicas y militares frente al país que considera su principal enemigo. Nada en esta relación tiene que ver con el bienestar del pueblo cubano. Todo está diseñado para reforzar el poder del régimen y ampliar el alcance de la dictadura más grande del planeta.

El dragón ya está en el Caribe. No llegó rugiendo. Llegó con contratos, tecnología y promesas vacías. Lo dejaron entrar. Lo están dejando crecer. Y si no se actúa con decisión, lo próximo que se verá no será solo un régimen fortalecido, sino una amenaza instalada a las puertas mismas de la libertad.

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