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Por Nelson de la Rosa ()
Con el paso del tiempo, ya no sé si esta historia la viví, me la contaron, o la adopté a fuerza de escucharla tantas veces. Lo único cierto es que, allá en el reparto San Miguel, de mi querido San José de las Lajas, tuvimos (o casi tuvimos) al primer astronauta cubano… y del barrio.
No puedo asegurar que el abuelo fuera un tipo risueño, pero sí tenía un repertorio de ocurrencias que hoy forman parte del patrimonio oral familiar.
En una de aquellas noches calurosas de los años 70, bajo el frescor generoso de la mata de almendras —que era como el aire acondicionado del barrio—, el abuelo se sentaba en uno de esos sillones que él mismo fabricaba.
Luego de escuchar «Así cantó Carlos Gardel», era la hora de la tertulia con los vecinos, mientras esperábamos a Quintín y su flauta de pan, de aquellas que vendían en la bodega por solo 15 centavos, pero que él la traía acabada de salir del horno.
Y fue en una de esas noches mágicas donde el abuelo tiró su perla…a ver si alguien «picaba»:
—“Yo puedo hacer un cohete espacial de madera… y adaptarle un motor de varios caballos de fuerza.”
Así, como quien dice que va a sembrar yuca.
A nadie le pareció absurdo. Es más, hubo hasta quien preguntó si usaría pino o caoba. Lo único que faltaba era el astronauta… y, por supuesto, no podía ser un extraño. Aquello era una misión patriótica del reparto San Miguel. Todas las miradas se giraron como por señal divina hacia un solo hombre: Cataneo.
Cataneo era vecino de confianza, flaco de constitución y abundante en historias (propias y ajenas). Entre ropa, zapatos y unas monedas en el bolsillo, pesaría unas 150 libras, pero tenía corazón de gigante y disposición de mártir.
No hubo que convencerlo mucho. Bastó el apoyo moral de los tertulianos bajo la mata para que asumiera su papel. El hombre empezó a entrenar como si la NASA lo tuviera en la mira: hacía planchas, cuclillas, y hasta se preparó raciones de pan con guayaba para su estancia lunar. Cataneo no se sentía como Neil Armstrong. Él era Neil Armstrong. Porque como decía el abuelo: «Aquí no vamos a andar dando vueltas como Gagarin. Aquí se va a plantar bandera.”
El proyecto generó tanta expectativa que, por días, los tertulianos hablaban del “lanzamiento”.
No recuerdo cómo, pero ya la historia no podía alargarse más y hubo que inventar una razón para posponer la construcción de la aeronave…y decírselo a Cataneo.
Se sintió decepcionado, claro. Pero con dignidad. Como quien ha hecho lo que pocos: entrenar para un viaje intergaláctico sin despegar jamás. Las tertulias siguieron, la mata de almendras siguió dando sombra… y Cataneo siguió siendo leyenda.
Hoy, ya casi no quedan aquellos viejos contertulios. Pero la historia de que Cataneo fue el primer (casi) astronauta del reparto San Miguel todavía se cuenta, aunque ya pocos recuerdan que el reparto se llamaba asi. Y si prestas atención, en las noches serenas, casi se escucha a alguien decir:
—“¿Y si le ponemos dos motores?”
Ah, y la mata de almendras guarda otros recuerdos… como el del Negro Juan.
Pero esa es otra crónica.