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Por René Fidel González García ()
Santiago de Cuba.- No entiendo cómo se puede tratar a nuestros hermanos de ese modo, calificarlos de ese modo.
Patrones de simulación, de obediencia y obsecuencia entre nosotros, de oportunismo y arribismo reproducidos a lo largo y ancho de la sociedad, son determinados por la complejidad de los procesos sociales, económicos y políticos que han ocurrido y ocurren aquí, por su degradación.
Existen también lealtades, credos, opiniones y experiencias políticas distintas, que no sienten, son indiferentes o aún no descubren, el drama de los otros.
Es posible que ese nuestro descalificar del oprimido, del que no puede ejercer derechos y libertades sin correr el riesgo del castigo – porque de eso se trata -, sea, aunque con raíces históricas, excepcional en el mundo.
Ahí está un Maceo vilipendiado en Jamaica y tratado de cobarde y desertor por los que desde allí eran sin dudas patriotas pero no combatientes.
Terrible esto que, el que sin pelear -o haciéndolo- se liberó de las cadenas o se puso lejos del agresor político, pierda la sensibilidad por la libertad y el respeto al otro, porque vive y tiene que exhibir servidumbres frente al castigo.
Terrible que no se admita la pobreza y la indigencia como brutales y paralizantes para el que la padece y tiene que sobrevivir sin poder levantar la cabeza y correr el riesgo de perderlo todo, lo poco que tiene y puede ofrecer.
Ninguna impotencia justifica la ira, la soberbia y el desprecio.
Miles de cubanos, a su manera hacen la diferencia y corren los límites cada día de lo que se creía imposible. A su manera y como pueden, continúan expandiendo el territorio que los límites y peligros que nos son impuestos intentan delimitar. Merecen respeto.
Ahora mismo están en huelga de hambre un grupo de presos políticos, exponen en Cuba, en medio de nuestro silencio y la veleidad de nuestra atención, lo único que les queda por sacrificar perdida la libertad, su vida.
El cubano se debe, aquí y en cualquier lugar que esté, la devoción sincera al respeto del otro; ya una vez lo hicimos, no es imposible.
Se debe también la empatía con el que cargado de miedo y expuesto a todo, besa la mano del que lo oprime o lo aparenta.
Cuando concluya el tiempo del miedo es posible que la mayoría descubra luego que fue víctima, incluso estando a salvo.
No existe una Patria posible en la ira y el desdén al otro. Los primeros barrotes han sido siempre íntimos.
No hay carneros, son cubanos, son hermanos.