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Por Luis Alberto Ramírez ()

El “presidente” de Cuba, Miguel Díaz-Canel, volvió a desplegar su doble moral en el escenario internacional al exigir este domingo la liberación de David Adler, cofundador de la organización Internacional Progresista, y de los 170 tripulantes de la Global Sumud Flotilla, detenidos por fuerzas israelíes cuando transportaban supuesta ayuda humanitaria hacia la Franja de Gaza.

Díaz-Canel, siempre presto a indignarse por causas lejanas, no pierde oportunidad de presentarse como defensor de los pueblos oprimidos del mundo, aunque el suyo esté hundido en el hambre, la represión y la desesperanza.

Pero la pregunta que debería hacerse todo cubano es inevitable: ¿qué habría hecho el régimen de La Habana si una flotilla de exiliados hubiera intentado entrar a la Isla con ayuda humanitaria para aliviar el sufrimiento del pueblo? La respuesta no necesita mucha imaginación. Ya ha ocurrido, y el resultado siempre ha sido el mismo: amenazas, persecución y rechazo absoluto.

En más de una ocasión, organizaciones de cubanos en el exilio han intentado enviar medicinas, alimentos o artículos de primera necesidad a sus compatriotas. Sin embargo, el gobierno cubano ha bloqueado sistemáticamente esos esfuerzos, calificándolos de “provocaciones políticas” o “maniobras del imperialismo”. En el lenguaje del régimen, la solidaridad solo es válida si sirve a su propaganda.

Lecciones de moral al mundo: el doble rasero del castrismo

Mientras el país vive una crisis humanitaria sin precedentes, hospitales sin medicamentos, anaqueles vacíos, niños y ancianos sobreviviendo gracias a remesas o trueques, el oficialismo cubano pretende dar lecciones de moral al mundo. Es el clásico “candil de la calle y oscuridad de la casa”: se iluminan los discursos sobre justicia internacional, mientras se apaga la luz en los hogares cubanos.

El doble rasero del castrismo no tiene límites. Condena la detención de una flotilla extranjera en aguas israelíes, pero habría encarcelado sin titubear a cualquier grupo de cubanos que intentara llevar alimentos o medicinas a su propio pueblo sin la venia del Partido Comunista. En Cuba, la ayuda solo puede venir si pasa por los canales del poder, porque la miseria también se administra.

Díaz-Canel no defiende la solidaridad, defiende el control. No se indigna por la injusticia, sino por la oportunidad de usarla en su retórica antioccidental. Su gobierno no tiene autoridad moral para hablar de derechos humanos ni de ayuda humanitaria mientras mantiene presos a cientos de cubanos por manifestarse pacíficamente, mientras criminaliza el disenso y convierte la escasez en una herramienta de sometimiento.

El caso de la Global Sumud Flotilla es solo otro pretexto para que el régimen cubano intente aparentar una ética internacionalista que no practica en su propio suelo. Porque en Cuba, lo humanitario es delito, lo solidario es sospechoso y lo libre es peligroso.

El régimen de La Habana vuelve a mostrarse como lo que es: un farol apagado que solo brilla cuando la luz no es suya.

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