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Por Nelson de la Rosa
Santo Domingo.- Un cambio de época está en marcha. Silencioso, pero contundente. Y no viene desde las altas esferas del deporte cubano, sino desde la voz espontánea de sus protagonistas más jóvenes. Una encuesta informal realizada a los integrantes del equipo Cuba que participará en el Campeonato Mundial U12, del 25 de julio al 3 de agosto en Taipéi de China, ha puesto sobre la mesa un giro cultural que no puede ser ignorado.
De al menos 15 niños encuestados, solo dos mencionaron a peloteros cubanos como sus ídolos: Ariel Pestano, ícono de la receptoría en los años dorados del béisbol nacional, y Yoelkis Guibert, jardinero activo en la liga mexicana.
El resto eligió estrellas de las Grandes Ligas, entre ellas: el dominicano Fernando Tatis Jr. (seis menciones), el japonés Shohei Ohtani, el estadounidense Aaron Judge, el puertorriqueño Javier Báez, el venezolano Ronald Acuña Jr., y el eléctrico Elly de la Cruz, también de Dominicana.
Como dato curioso —y revelador—, dos niños dijeron admirar a Lionel Messi, lo que abre otro capítulo en la influencia transversal del deporte global.
Si eliminamos a Messi del listado y nos concentramos solo en peloteros, el 84% de las preferencias se inclina hacia figuras extranjeras. Una cifra que, más allá del dato estadístico, debe generar una reflexión profunda.
Porque lo que se está moviendo no es solo una lista de favoritos. Es un cambio en el alma misma del béisbol cubano.
Durante décadas, los niños cubanos crecieron soñando con ser Braudilio Vinent, Luis Giraldo Casanova, Omar Linares, Antonio Pacheco, Antonio Muñoz, Javier Méndez, José Ibar, Romelio Martínez, Víctor Mesa, Lázaro Vargas, o más recientemente, Frederich Cepeda, Alfredo Despaigne, Yulieski Gourriel o Pedro Luis Lazo, entre otros. Hoy, esas referencias parecen lejanas, desenfocadas, tal vez porque algunos de ellos ya no están en la Isla o porque sus historias no se cuentan con la misma fuerza. El símbolo del pelotero que se formaba y triunfaba en casa ha sido sustituido por las estrellas que brillan en escenarios internacionales.
Aunque en la televisión cubana no se transmiten juegos de MLB, el contenido de Grandes Ligas entra igual por la puerta de atrás: videos en redes sociales, memorias USB, conexiones clandestinas, páginas en línea y hasta intercambios en la escuela. Los niños hoy ven a Luis Robert Jr., Randy Arozarena, Yordan Álvarez, Aroldis Chapman o José iglesias… aunque sus nombres rara vez se pronuncien oficialmente en los medios estatales.
Admirar a Ohtani o a Tatis Jr. no es solo una moda. Es también una forma de soñar con un futuro diferente. Es ver en ellos algo más que talento: ven libertad, visibilidad, ingresos dignos, éxito global. Algo que el modelo cubano, en su estado actual, no puede prometer. Lo más revelador no es a quién admiran, sino lo que dejan de desear: una carrera encerrada en las fronteras del sistema.
El discurso de orgullo nacional —el de vestir la franela de Cuba como símbolo supremo— empieza a perder eco entre las nuevas generaciones. No por falta de amor al país, sino por la desconexión entre ese discurso y la realidad cotidiana. Si el niño cubano ya no se identifica con sus ídolos locales, ¿con quién construirá su sentido de pertenencia?
El béisbol en Cuba sigue siendo pasión, sigue siendo talento. Pero el espejo hoy refleja una imagen distinta: los ídolos de los niños no son los de sus padres. El sistema formativo, las estructuras deportivas, los canales de comunicación y los valores que se promueven deberán actualizarse, o el béisbol —ese que una vez fue religión en la Isla— puede quedarse hablando en un idioma que los nuevos peloteros ya no entienden.
No se trata solo de nombres. Está en juego la continuidad, la conexión cultural, el arraigo de un símbolo nacional que hoy necesita reinventarse para no perder a su próximo gran bateador… antes de que cambie de equipo.