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CAIBARIÉN 2040: HAMBRE Y REGUETÓN

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Por Víctor Ovidio Artiles ()

Caibarién.- Le comenté a un amigo que el presente me tiene muy cabrón. El hombre, luego de escuchar mi monólogo sobre las limitaciones, las inconformidades, las carencias y las incredulidades, dijo tener la solución a mi problema.

Lo observé detenidamente en busca de la capa y la varita o el título nobiliario de Marqués de la MIPYME pero nada vi, solo un tipo normal.

El amigo me contó que tenía una máquina del tiempo, diseñada por él, que podía llevarme al futuro. Accedí y hacia su invento partimos. Era un auto japonés de los ochenta con algunos agregados. Me sentó frente al timón y explicó el funcionamiento. Debía escoger el año deseado. Me explicó como regresar al presente y que solo podía traer un maletín de mano con un máximo de 15 kilogramos.

Cerré la puerta, me despedí y escogí el 2040. Arranqué y salí chirriando las gomas. A la velocidad de 140 km/h, luego de cagarme, sentí un estremecimiento y una luz cegadora. Frené y ya estaba en el futuro. Eran las 5:30 de la tarde del 2 de enero del 2040. Ya estaba anocheciendo. Estaba en mi barrio aunque lucía totalmente descolorido y olía mal.

Camino entre las hierbas que se adueñaron de la acera. Siento un sonido como de fuente de Las Vegas y a mi izquierda un registro despedía un líquido oscuro y apestoso a más de dos metros de altura. Levanto la vista y un monte blanco ha cortado el acceso a mi edificio.
Al mirar aquel montículo me doy cuenta que es Basi, mi basurero. Me ha reconocido y se le aguan los ojos. Está enorme y saludable. Me cuenta que se ha casado con un basurero hembra de la otra cuadra y que tiene cinco hijos muy juguetones que andan regando papeles por otras cuadras. Tras de mí un hombre flaco le pregunta a otro flaco, con voz ronca, dónde había cigarros. Le dice que en el kiosco habían Populares de la bodega a 8500 pesos.
Llego a la casa y la reja oxidada está tapizada de jabas multicolores y cangrejos. Toco a la puerta y siento una voz que protesta porque acaba de irse la corriente y no le queda carbón. No me sonó familiar la voz pero el tema sí. Al abrir me cuenta que nosotros nos fuimos a vivir a la Sierra de Escambray hace años. La señora me dice que aquello sigue siendo del Bloque C y que el muchacho del catao está viejito ya pero sigue siendo un cabrón.
No me brinda café porque la latica está costando 2800 pesos. Me alerta que en el kiosco venden la tacita en 350 pesos. Le hablo de lo caro que está todo pero seguro ganaba mucho. La mujer me dice: «¿Pipo, de dónde tú salist?».

Salgo, bordeando el basurero y ni lo miro. Un Reggaeton ameniza la oscuridad con algo que dice:

«Culito partío contigo papito
Que el apagón es un palo rico
Toa toa la tienes
Muévete que te conviene»

Corrí hasta el carro, arranqué y puse como fecha de regreso el 2 de septiembre de 1968.

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