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Cada vez menos confianza en el gobierno cubano

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Un incendio en Güines y la hoguera de la desconfianza

Por Jorge Sotero ()

La Habana.- En Güines, el fuego no solo quemó tres casas y se llevó una vida: también avivó la rabia acumulada. Mientras las cenizas aún humeaban, el gobierno municipal habilitó, con la solemnidad de siempre, una oficina para recibir donaciones para los damnificados.

Pero en el grupo de Facebook Revolico Güines, los comentarios eran unánimes: «Que no les den nada al Gobierno»«Se lo roban todo»«Prefiero llevar yo mismo un plato de comida a la familia» .

La desconfianza no es un arrebato: es el resultado de años de ver cómo la ayuda internacional, las medicinas y hasta los juguetes para niños terminan en manos de funcionarios. También ha sido el resultado de verlos en las tiendas en dólares que venden lo que debería ser gratis.

Las razones son tan viejas como el propio régimen. En Cuba, el Estado no es un intermediario: es un acaparador profesional. Durante la pandemia, mientras la gente moría sin oxígeno, las familias recibían cajas de comida con la etiqueta de «donación de México» o «ayuda de España». Sin embargo, estaban vacías por dentro.

Ahora, con el incendio, el miedo es el mismo. A muchos les preocupa que los colchones, los alimentos y el dinero recaudado desaparezcan en el agujero negro de la burocracia. Mientras tanto, los damnificados siguen durmiendo en el suelo. «Si quieren ayudar, que lo hagan directamente, sin que el Partido meta la mano», escribió un usuario junto a fotos de casas carbonizadas.

No olvidemos las donaciones tras el tornado en La Habana

El gobierno insiste en que todo será «transparente», pero su historial es un manual de opacidad. En 2019, tras el tornado en La Habana, las donaciones de la diáspora fueron redirigidas a tiendas estatales y vendidas en MLC (moneda dura). Lo mismo ocurrió con medicinas enviadas por ONGs: aparecieron en farmacias a precios inalcanzables.

Por eso hoy, cuando el régimen pide «solidaridad institucional», los cubanos escupen al suelo. Saben que, en este país, la palabra «donación» suele ser sinónimo de «requisa».

El incendio de Güines también dejó al descubierto otra mentira oficial: la de los «servicios eficientes». Los bomberos llegaron tarde, el hospital no tenía suficientes vendas para las quemaduras. Además, la única «respuesta rápida» fue el discurso de un funcionario leyendo un papel frente a las cámaras.

Mientras, en Revolico Güines, los vecinos organizaban colectas paralelas, también clandestinas, para comprar agua y ropa sin pasar por el filtro del Partido. «Aquí el que salva es el pueblo, no el Gobierno», resumía un comentario entre cientos

La solidaridad como negocio

La tragedia debería ser un momento de unidad, pero en Cuba es otro capítulo de la gran estafa. El régimen exige confianza mientras sus líderes viajan en coches blindados. Sus hijos estudian en el extranjero, y sus tiendas TRD venden a precio de oro lo que otros regalan.

La gente ya no cree ni en los carteles que cuelgan en las oficinas estatales hablando de buen gobierno o humildad. Menos aún cuando ven cómo, tras cada desastre, los únicos que «se recuperan» son los de siempre: los que tienen carnet y poder para decidir quién merece comer y quién no.

Güines hoy huele a carbón y a decepción. Permanece la certeza de que, mientras el gobierno hable de «socialismo o muerte», la gente seguirá muriendo —y desconfiando— por culpa de un sistema que convierte hasta la solidaridad en un negocio.

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