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BUKELANDIA: ENTRE LA PAZ Y LA SOMBRA

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Por Redacción Internacional

San Salvador.- Casi 900 días sin homicidios. Así, con esa cifra que roza la fantasía, Nayib Bukele saca pecho desde El Salvador y hace lo que ningún otro mandatario latinoamericano ha logrado: ponerle una cadena al crimen organizado.

Los números son rotundos, los titulares eufóricos y el relato oficial no deja espacio a dudas: El Salvador, que antes era un infierno de plomo, ahora se vende como el país más seguro del hemisferio.

Pero hay una delgada línea entre la paz y la obediencia impuesta.

Desde marzo de 2022, bajo el régimen de excepción, el país ha sido escenario de una operación sin precedentes. Más de 85 mil supuestos pandilleros han sido detenidos. Las cifras de armas decomisadas, dinero incautado y territorios “liberados” llenan los boletines del gobierno como si se tratara de una campaña bélica. Y en efecto, lo es.

Lo que Bukele ha hecho no es solo combatir la violencia, sino transformar al Estado en una maquinaria de control total. Lo llaman el “Plan Control Territorial”, pero bien podría bautizarse “El Gran Experimento”.

Porque en El Salvador no solo desaparecieron los homicidios, también desaparecieron las garantías judiciales. Detenciones sin orden, procesos opacos, presunción de culpabilidad y cárceles repletas de hombres tatuados que ni siquiera han pasado por un juez. Todo eso, con aplausos de la mayoría.

Y es ahí donde comienza el dilema. Porque entre la seguridad celebrada y el autoritarismo maquillado hay una frontera que muchos prefieren no mirar. ¿Qué ocurre cuando la justicia es masiva y selectiva? ¿Qué pasa cuando la democracia se administra con tokens digitales, megacárceles y propaganda en 4K?

La popularidad de Bukele es innegable. Ha logrado lo que parecía imposible: devolver la noche a los barrios, vaciar de balas las esquinas y hacer que el miedo cambie de bando. Pero a qué precio. Si mañana un salvadoreño inocente es capturado por error y desaparece en el engranaje, ¿quién lo va a reclamar? ¿Quién va a cuestionar a un presidente que convirtió el terror en voto?

El experimento salvadoreño ha generado una narrativa seductora: orden por encima de derechos. Y eso, en América Latina, es música para los oídos de más de un caudillo.

Quizás Bukele no es dictador. Aún. Pero ha logrado una proeza peligrosa: demostrar que se puede arrasar con las instituciones democráticas sin que nadie lo note, siempre y cuando el silencio de las armas se escuche más fuerte que el grito de las víctimas.

El Salvador dejó de ser noticia por la sangre. Ahora es noticia por el modelo. Y cuando un país exporta su represión como éxito, los demás empiezan a afilar sus propias rejas.

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