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Cuando Jermain Defoe jugaba en el Sunderland, le dijeron que había un niño que quería conocerlo.
Se llamaba Bradley Lowery, tenía seis años y luchaba contra un cáncer infantil llamado neuroblastoma.
Defoe pensó que sería un niño tímido. Pero en cuanto Bradley entró al vestuario, corrió hacia él, se sentó en su regazo y le dio un abrazo que jamás olvidaría.
Aquel instante marcó el comienzo de una amistad profunda.
El jugador empezó a visitarlo en el hospital. Al principio iba acompañado, luego solo.
Quería estar ahí, sin cámaras ni titulares, solo compartiendo tiempo con su pequeño amigo.
Entre ambos se formó un lazo tan sincero que el equipo y todo el país empezaron a verlo como lo que era: una historia de amor puro, más allá del fútbol.
Bradley fue la mascota de honor en varios partidos, y cada vez que entraba al campo tomado de la mano de Defoe, el estadio entero se ponía de pie.
Su sonrisa era más fuerte que su enfermedad.
Cuando Bradley falleció en 2017, Defoe dijo que había perdido a su “mejor amigo pequeño”.
Pero también confesó algo más:
que ese niño le había cambiado la vida, enseñándole a valorar cada día, cada persona, cada abrazo.
Al final, no fue el futbolista quien dio lecciones de fuerza.
Fue el niño quien recordó al mundo que el amor sincero puede trascender la enfermedad, la fama y el tiempo.(Tomado de Datos Históricos)