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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- En La Habana pasan cosas que no pasan. O que pasan de otra manera. Un Audi rojo atropella a varias personas en la madrugada del 25 de agosto. Hay un muerto, Mairovis Valier Heredia, de 34 años, y ocho heridos. Y después, silencio. Un silencio oficial que es más ruidoso que el choque mismo.
El silencio en Cuba siempre tiene dueño, y este parece tenerlo muy claro. Durante días, el nombre del conductor es un fantasma que todos conocen pero que nadie pronuncia. Hasta que ya no se puede callar más.
El responsable, dice al final el portal 14ymedio, es Berto Savina, que es Bartolomeo Sabina Tito, un italiano dueño de Casalinda, esas tiendas donde se vende en dólares lo que un cubano no puede comprar con su salario. Tiene un Audi rojo. Y tiene, sobre todo, amigos.
Esos amigos que importan en un país donde la ley a veces es flexible como un chicle cuando quien la estira tiene contactos en la cúpula. Vecinos de la zona advierten a los periodistas: “No preguntes mucho, eso está en candela”. Y el que avisa no es traidor, sino que conoce el terreno que pisa.
Savina no es un extranjero cualquiera. Lleva casi veinte años aquí, montando negocios, moviéndose en un ambiente que para otros está lleno de puertas cerradas. Era amigo personal del fallecido Fidel Castro. Es socio de Paolo Titolo, el marido de Mariela Castro, y por tanto, parte de esa red invisible de negocios y favores que teje la familia más poderosa de la isla.
Esto no es un rumor de barrio; es un secreto a voces en las altas esferas. La gente lo sabe, lo susurra, pero nadie lo grita. Hasta que un Audi rojo choca contra una vida y la apaga.
La impunidad en Cuba tiene nombre y apellidos, y a veces tiene pasaporte italiano. El caso se mueve con una lentitud sospechosa. Las autoridades demoran en revelar la identidad, como si esperaran que el tiempo enfriara la indignación, que la gente se cansara de pedir justicia. Pero la gente no se cansa. La familia de las víctimas clama por que el caso no se entierre bajo el manto de la protección política. Saben que aquí la justicia a veces mira hacia otro lado cuando quien comete el delito está del lado de adentro del poder.
Todo esto huele a viejo y a tráfico de influencias. A ese olor rancio de los privilegios que no se manchan ni con la sangre de un inocente. La locomotora del régimen protege a los suyos con un escudo de silencio y miedo.
El mensaje es claro: hay personas intocables, cuyas conexiones les permiten evadir no solo las colas para comprar pollo, sino también la responsabilidad de haber segado una vida. La ley es para algunos, y para otros, es solo una sugerencia.
Al final, el Audi rojo no era solo un coche. Era un símbolo. El símbolo de una impunidad que corre por las calles de La Habana a toda velocidad, atropellando todo a su paso. Y el silencio posterior no es más que el sonido de una maquinaria perfectamente engrasada para proteger a los suyos.
La pregunta no es si habrá justicia. La pregunta es si en un país donde el poder es el mismo desde hace décadas, alguien esperaba que esta vez fuera diferente. La respuesta, tristemente, la sabemos todos.