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¿Anciano en Cuba? No, gracias

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Por Héctor Miranda (Tomado de Facebook)

La Habana.- Hay dos tipos de viejos en mi país: los que mandan y los que mendigan. Los primeros, nonagenarios curtidos en el poder, viven entre discursos grandilocuentes y fotografías en congresos y reuniones. Los segundos, los otros, los que no tienen apellidos históricos, rebuscan latas en la basura o duermen en parques con la digna resignación de quien ya no espera nada.

Mientras la cúpula dirige el país desde oficinas con aire acondicionado, miles de jubilados sobreviven con pensiones míseras que apenas llegan a cinco dólares. Un monto suficiente para comprar un cartón de huevos en el mercado negro, si tienen suerte.

El Estado cubano presume de sus hogares de ancianos, donde una sopa blanca y un poco de arroz suelen ser los manjares de un día. También de centros diurnos, a donde llevan a los abuelitos a marchitarse como las hojas de los árboles antes de que llegue el invierno.

Cuba, en realidad, es un geriátrico al aire libre. Un lugar donde los ancianos van y vienen con jabucos repletos de latas de cerveza vacías para vender el aluminio. Un país donde los basureros se vuelven centros de peregrinación, para los que no tienen nada. Incluso ni sueños.

Mientras, el gobierno habla de «conducta deambulante» y cifras irreales: Unos pocos casos en esta provincia. Otros en aquella. Unas decenas en una gran ciudad. No lo pueden saber los que gobiernan, porque no están allí para verlo. Y cuando pasan, alguna vez, los cristales ahumados de sus autos de lujo se lo impiden. O tal vez lo impiden los siervos del poder, esos encargados de recoger, desde dos días antes, a todos esos que ‘simulan’ ser mendigos.

Sin embargo, la dirigencia octogenaria, que es amplia, envejece entre protocolos y guardaespaldas. A esos les sobran los mimos, los cuidados extremos, los chequeos médicos constantes. Para ellos hay especialistas hasta para retirarles alguna mancha en la piel o una verruga en la frente.

Esos nunca han conocido el hambre. Y por eso no les importa el de otros. No tienen problemas de transporte, entonces no se preocupan porque haya, o no. No les falta la corriente, ni las medicinas. Qué más da que otros no tengan.

Esos viejitos que vemos en las calles, con los cuales tropezamos o vemos en fotos, fueron los jóvenes de antier. También los hombres y mujeres de ayer. Entre ellos hay maestros, médicos, y hasta militares. Incluso, muchos de ellos se jugaron el pellejo en Angola. Apuesto a que conoces alguno.

Sin embargo, el gobierno prefiere esconderlos, como el polvo bajo la alfombra, mientras culpa al embargo y a la «desatención familiar». Un bloqueo que solo lastima a algunos. Pero que sirve de excusas para todo.

Al final, aquella revolución «de los humildes, por los humildes y para los humildes» de la que alguien habló una vez, y que prometió justicia social a raudales, nos ha impuesto una élite senil que no suelta el poder y una legión de ancianos que malviven entre la indiferencia y el hambre.

Los primeros siguen dando órdenes; los segundos, pidiendo limosna. Cuba, ese país que se jacta de su «vocación humanista», no tiene espacio para sus viejos. O sí: siempre y cuando no sean pobres, no sean visibles, no sean un problema.

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