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Por Javier L. Mora
La Habana.- En 1960, durante su primera visita de ese año a la isla, Sartre tiene una charla con estudiantes en la Universidad de La Habana. Está acompañado de la Beauvoir en esta visita. El entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras de esa institución, Jorge Mañach, lo presenta al auditorio.
En la charla, según se dijo en el periódico Revolución del 15 de marzo de 1960 —recogido en Sartre y Beauvoir en Cuba. La luna de miel de la Revolución, compilación de Marial Iglesias Utset y Duanel Díaz Infante—, una estudiante dijo a los invitados franceses: “Los universitarios son ciudadanos y no puede divorciárseles de la política. No se puede ser un buen físico ni un buen químico si no se es revolucionario. Como ciudadano y como estudiante tenemos un compromiso con la patria. No podemos abstenernos como los intelectuales cubanos que se encerraron en una torre de marfil durante la dictadura”.
En otro sitio, un texto titulado Crítica de la crítica, el teórico Tzvetan Todorov repite algo de Paul Bénichou. Esto viene a cuento con lo anterior, y con el punto de este post: “El hombre está hecho de tal forma que se distancia de sí mismo para concebir su conducta en función de valores absolutos. No habría intelectuales si fuera de otro modo. […] Las gentes de pensamiento, escritores y artistas, resultan ser, en cierto grado, por su función, los jueces de la sociedad al mismo tiempo que sus soportes”.
En estos días hemos asistido, con el alma palpitante y en vilo, a un punto, creo, de inflexión entre el Gobierno autoritario de la isla y la masa estudiantil universitaria. Este evento marca la toma de conciencia cívica de un gremio que —maniatado desde el mismo comienzo del proceso hoy mal llamado Revolución a través de organizaciones serviles al régimen como la FEU— ha dado un salto cuántico nacional, por primera vez en seis décadas. Están tomando partido por la justicia social que espera y necesita la nación. Se colocan valientemente del lado de la razón contra el tarifazo de ETECSA, no por demandas etareas o gremiales. Además, le dan voz a todo un pueblo, el nuestro, que no puede o no sabe ya cómo reclamar, pacíficamente, derechos legítimos, inalienables e indisolubles de su naturaleza humana. Esto ocurre sin que sea acallado o violentado en su propio cuerpo, o juzgado de modo arbitrario e ilegítimo, o confinado injustamente a bochornosa privación de libertad.
No importa si las enormes presiones ejercidas por los órganos de represión del Estado cubano han intentado silenciar el brioso reclamo de nuestros estudiantes. Tampoco importa si consiguieron, con sucias maniobras de por medio, comprar o embargar, en su mayoría, la voluntad de los claustros de profesores que debieron acompañar y respetar la iniciativa del estudiantado. El precedente de este acto legítimo de rebeldía juvenil, todavía en pie en algunos campus de las universidades cubanas, constituye un modelo grabado a relieve en letras capitales para la Historia. Está siendo escrita hoy mismo, para mostrar cómo hacerle sentir al represor, a un Gobierno indolente, a dictámenes tan oscuros y absurdos como inmorales, el peso de una decisión firme y precisa por la dignidad. Este peso, el de una isla que espera ansiosa por libertades y derechos fundamentales, ha sido negado una y otra vez por un proceso político. Desde 1959, vendieron al mundo la idea de que este (la llamada “Revolución”) había sido gestado en su nombre.
Pero este post —aunque la iniciativa de la que hablaré a continuación sigue siendo para todos los estratos de la nación— no es solo para mostrar una selfie. Hoy la isla vuelve a necesitar de su brazo pensante, de sus intelectuales. Ahora que la sociedad cubana en general requiere de un impulso protector y de un espaldarazo a sus clamores de dolor social. En este momento, escritores y artistas no deben seguir mirando hacia otro lado desde su torre de marfil o de miedo, sino ser el soporte de todos. Es decir, el soporte de los que no tienen asideros ni artificios para defenderse. Ahora que están en juego la decencia y la vergüenza de un país.
La profesora Alina Bárbara ha puesto en marcha una iniciativa cívica cada 18, mes tras mes, a la sombra de Julián. Lo hace con el derecho que nos socorre la Constitución de 2019 en sus artículos 54 y 56, y el gesto implica simbólicamente varias cosas. No solo desideologizar un nacionalismo de pacotilla que ha usado a Julián a sus anchas (o mejor, mal usado), para manejos burdos de sublimación del propio proceso que oprime al país hoy. También solidifica una tradición de protesta pacífica, atada al espíritu de libertad y humanismo más genuinos de las raíces de la nación. Esta iniciativa propone tomar el mando de nuestras vidas y vivir auténticamente, en el afuera de un gesto liberador. Expresa la voluntad de un cambio profundo que requiere a gritos el archipiélago cubano. Los 18 ya son un día de aldabonazo. Cuba cambia si nosotros cambiamos.
¿Qué significan media hora, diez minutos, una foto o video con el mármol-Julián de este, ese o aquel parque de turno, cualquier 18-aldabonazo? La incitación —si todavía la parálisis que provoca el espanto no halla cómo calmarse en los derechos que la Carta Magna ofrece a quien lo necesite— no busca delinquir o al desorden. (Ahora lo digo con Alina) La incitación alude “a la esperanza, al optimismo, a dejar de ser espectadores para ser actores de nuestras vidas”.
Julián lo escribió para niños, pero parece dicho para el minuto nuestro, ahora, justo ahora en que más claridad se necesita. La abstención o el pavor no sirven para salir de un bucle que nos afecta a todos hasta el hueso: “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz”.
En función de esos valores absolutos que tenemos que sembrar cual semillas de libertad, solo pido que hoy seamos esa luz.