
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Albert Fonse ()
Estoy contento con lo que está pasando y con lo que está haciendo la administración Trump. Lo digo sin dejar de ser crítico, porque como muchos, sigo esperando que se le aplique verdadera mano dura a la dictadura cubana.
Eso es lo que todos deseamos: acciones concretas, sin ambigüedades. Pero también hay que reconocerlo con claridad. La diferencia entre esta administración y la de Biden es abismal.
Con Biden, tuvimos que tragarnos el desprecio y soportar a figuras como la Cintumbare en redes sociales, desprestigiando al exilio y burlándose de quienes han vivido en carne propia el dolor del desarraigo.
Mientras tanto, los testaferros del régimen, esos que negaban sus vínculos con la cúpula dictatorial, seguían moviéndose con libertad. Se hacían pasar por empresarios legítimos cuando en realidad eran engranajes activos de una maquinaria de represión y lavado de dinero.
Lo que ocurrió ayer marcó un punto de quiebre. Ya no son rumores ni advertencias lanzadas al aire. La acción fue directa, visible, y tocó a alguien demasiado cercano al poder. Uno de tantos que operaban a sus anchas, sintiéndose intocables. Esa acción, aunque puntual, ha provocado un sacudón.
Algunos ya están recogidos, en silencio, y lo más importante: con miedo. No es un miedo vacío. Tiene fundamento. Desde la Casa Blanca me lo habían anticipado: verás que van a empezar a pasar cosas. Ahora están pasando. El mensaje fue directo y preciso. Por primera vez en mucho tiempo, el régimen y sus cómplices están sintiendo el peso de las consecuencias.
Pero esto no puede quedarse en un gesto aislado. Hay que hacer una limpieza total. Investigar, identificar y eliminar todos estos testaferros. Hay que seguir el dinero, entender cómo lo lavan, y cortar cada uno de esos canales.
Muchos de ellos son dueños de negocios que aparentemente no tienen relación directa con la dictadura, y por eso han pasado desapercibidos. Ahora van a esconderse. Van a borrar publicaciones, a desactivar redes, a fingir normalidad. Pero si mañana aparece una nueva administración demócrata, volverán a aparecer, y lo harán con más odio, con más arrogancia, con más poder.
Falta mucho por hacer. Es necesario cerrar todas las agencias que funcionan como fachada. Hay que cortar de raíz el comercio disfrazado de ayuda humanitaria. Si el régimen quiere pollo, que lo compre en Brasil, México o Canadá. Estados Unidos no debe seguir financiando al verdugo del pueblo cubano.
Con Trump, el tono cambió. Durante años la dictadura se sintió cómoda, confiada, incluso arrogante. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, hay tensión al otro lado. Cuando el aparato castrista se incomoda, cuando sus operadores se esconden o se callan, es señal de que algo se está haciendo bien.