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Adrian Carton de Wiart nació en Bruselas en 1880 y sirvió en el ejército británico durante casi medio siglo. Peleó en la Guerra de los Bóeres, en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda. Le dispararon en la cara, la cabeza, el estómago, la oreja, el tobillo… y hasta en los testículos.
Perdió un ojo, una mano y parte de una oreja. Se arrancó los dedos a mordiscos cuando un médico se negó a amputárselos.
Sobrevivió a un accidente aéreo, escapó de un campo de prisioneros excavando un túnel durante siete meses y aún así, cuando le preguntaban, respondía con calma: «Francamente, disfruté de la guerra. ¿Por qué la gente quiere paz si la guerra es tan divertida?”
Se enlistó mintiendo sobre su edad. Su familia se enteró de que había abandonado sus estudios… cuando lo vieron herido en combate.
En Somalia perdió un ojo. En Francia perdió la mano. En Italia fue prisionero, y aun así intentó escapar cinco veces.
Durante años vivió en una finca entre Bielorrusia y Ucrania, pero volvió a combatir cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. En 1947, se retiró. Tenía más metralla en el cuerpo que huesos sanos.
Se cayó por una escalera, se fracturó la espalda… y sobrevivió. Se casó por segunda vez a los 71 años. Y solo la muerte, esa enemiga que había logrado esquivar tantas veces, lo alcanzó a los 83.
Sir Adrian Carton de Wiart fue una fuerza de la naturaleza. Un guerrero que parecía inmortal. Un hombre que probó, una y otra vez, que hay cuerpos que resisten lo imposible… y almas que no se rinden jamás.