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Por P. Alberto Reyes Pías ()
Evangelio: Juan 8, 1-11
Camagüey.- Todos venimos de una historia, de un aprendizaje, de un ambiente familiar y social que nos ha mostrado cómo vivir y cómo no vivir.
De niños, no teníamos lucidez suficiente para cuestionar ese aprendizaje, pero una vez que fuimos creciendo, adquirimos la capacidad de ponernos frente a nosotros mismos, de cuestionar
nuestra propia vida, nuestros valores, nuestros criterios, y de decidir cómo queremos vivir, qué queremos
conservar de aquello que nos enseñaron, de lo que vimos hacer a nuestros mayores, y qué no queremos conservar, en qué puntos queremos marcar una ruptura e iniciar un camino nuevo.
Adquirimos la capacidad para tomar decisiones que marquen un antes y un después.
Es esto lo que sucede en el Evangelio de hoy. La ley hebrea (al menos en teoría) era inmisericorde, y Jesús introduce en esa ley la misericordia.
Con ello, no sólo da solución a una situación concreta sino que marca un antes y un después para este mundo.
Cuántas decisiones de perdón, de reconciliación, de no condena, han tenido su inspiración en la frase del Maestro: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
Y la actitud de Jesús ofrece a esta mujer la posibilidad personal de un antes y un después. El texto de Juan no da ninguna pista de que la mujer estuviera arrepentida.
Jesús, de hecho, no se lo pregunta, sólo la invita, desde su negativa a condenarla y desde su defensa de los que la acusaban a que ella decida marcar en su vida un antes y un después.
Creo que uno de los errores mayores que podemos cometer en nuestra existencia es el no detenernos a
pensar en el modo en que queremos vivir y en los valores que elegimos practicar y transmitir, en qué cosas queremos continuar el modo de vida que nos enseñaron y en qué cosas queremos cortar una historia de actitudes y conductas que tal vez han estado presente en nuestra familia por generaciones, pero que hoy decidimos que no queremos seguir, ni en nosotros ni en la familia nueva que queremos construir.
La práctica de la fe, el respeto a la vida, la fidelidad matrimonial, el no abuso del alcohol, la cercanía a los hijos, la apertura al perdón, a la generosidad… hay tantas cosas que tal vez no aprendimos en nuestras familias de origen pero que ahora hemos conocido y las queremos elegir.
Es el momento en el que ponemos nuestra vida delante de nosotros mismos y nos decimos: “En esto yo seré diferente, en esto mi historia será diferente, en esto marcaré un antes y un después, en esto abandonaré lo que un día me enseñaron como un camino, para empezar yo un camino diferente”.