
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por P. Alberto Reyes Pías ()
Evangelio: Lucas 3, 10-18
Celebramos el domingo Gaudete, el domingo del gozo.
Camagüey.- La alegría es una de las emociones más agradables que el ser humano puede experimentar, porque conlleva una sensación de serenidad, de armonía, de paz, que hace que no sólo nos sintamos bien sino que incluso nos ayuda a enfrentar todo problema o dificultad sin el desagradable aguijón de la angustia.
Pero como toda emoción, no depende de nuestra voluntad y no puede ser invocada por decreto. La felicidad no puede buscarse directamente, no responde a un “ahora voy a sentirme feliz”, sino que es el resultado de actos concretos, que sí dependen de la voluntad y que facilitan la aparición de la emoción.
La clave la da la pregunta que el pueblo, los publicanos y los soldados hacen a Juan el Bautista, y que es la pregunta correcta: “¿Qué tenemos que hacer?”
La respuesta de Juan es clara: “Hagan el bien, compartan, no engañen, no roben, no abusen…”
Ya sabemos que el mal puede ser “práctico”, y que muchas veces es más fácil, más rápido y más seductor, pero el mal siempre hace que algo se rompa por dentro, el mal siempre provoca que algo muera en nuestra alma.
El mal empobrece, entristece, ensombrece el alma. El bien, por el contrario, hace fluir la vida, porque el bien trae el aliento del amanecer y la serenidad del atardecer. Eso sí, para entrar en la dinámica del bien es importante ser conscientes de lo que sucede a corto plazo y a largo plazo.
Hay decisiones buenas que, a corto plazo, es decir, en el momento en que deben tomarse, son duras, cuestan, e incluso pueden producir pesar, pero a largo plazo regocijan el alma.
No es agradable pasar noches de hospital cuidando a un ser querido y, sin embargo, cuando esas noches pasan, y ese ser querido se recupera y se inserta en la vida, el cansancio padecido termina rápido, pero el gozo que se experimenta puede pervivir incluso para siempre.
Por el contrario, hay decisiones que, a corto plazo, gratifican, ofrecen disfrute, pero a largo plazo complican la existencia y producen angustia. Todos podemos poner nuestros ejemplos.
Y no quiero dejar de recordar que la sabiduría de elegir “lo que tenemos que hacer” para que la felicidad aparezca, tiene su primer sitio en la casa, en la familia, en el hogar, allí donde amanecemos y a donde tornamos cada día, en ese ambiente pequeño donde viven las personas con las cuales construimos la existencia.
El bien y el mal son contagiosos, y contagioso es todo lo que de ellos nace. Elegir lo que en la familia hace bien, ayuda, pacifica, descomplica… no sólo nos introduce en un espíritu de armonía y serenidad, sino que se expande como bendición bienhechora a toda la familia, y desde ella, vuelve al que la provoca, y le regala su don más precioso: el aliento del amanecer y la serenidad del atardecer.