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Por P. Alberto Reyes Pías (Especial para El Vigía de Cuba)
Evangelio: Lucas 3, 1-6
Camagüey.- El libro del Génesis nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Eso significa que Dios puso en nosotros todo lo que él es: amor, paz, perdón, alegría, misericordia…
De esta afirmación se desprende que nuestro núcleo primigenio, nuestra identidad íntima, es el bien. El mal vino después, y si bien se entrelazó con lo que somos, el mal no es parte constitutiva de nuestra identidad y, de hecho, no nos acompañará en la eternidad.
Sin embargo, todos hemos tenido experiencia de que el mal puede ser “práctico”, es decir, que a través del mal es posible alcanzar cosas que queremos. La ira, la mentira, la manipulación, la doblez… pueden ser vías para lograr lo que deseamos.
Elegir el camino cristiano implica una revisión no sólo de nuestras motivaciones sino, también, de los modos en los cuales construimos la vida.
El Adviento es una invitación a examinar no sólo lo que el Evangelio nos propone vivir sino el cómo lo estamos viviendo. De ahí las metáforas que hoy se nos ofrecen: rellenar los valles, rebajar las colinas, enderezar lo torcido, aplanar lo escabroso…
Sin embargo, es necesario tener en cuenta que esto es un proceso. Si bien es cierto que el cambio interior no es espontáneo, sino que necesita ser trabajado, también es cierto que no se cambia en un día, es más, los cambios rápidos son sospechosos.
¿Cómo sabemos que nos hemos puesto en un camino de cambio? Cuando somos capaces de identificar si nuestras decisiones han sido correctas o no. Aunque tomemos decisiones no evangélicas, si ya somos capaces de reconocer que hemos obrado mal, es un paso de avance.
¿Cuándo podemos saber que el proceso de cambio está dando frutos? Cuando somos capaces de elegir el bien, aunque nos cueste, en los momentos en los que nadie está allí para “certificar” nuestra opción, en los momentos en los que hacemos el bien porque es lo que está bien y es lo que queremos elegir, y rechazamos el mal porque está mal y no es lo que queremos elegir.
Es decir, cuando la elección del bien y el rechazo del mal están por encima de nuestros deseos, de nuestros gustos, de lo que nos gritan nuestros instintos, de los reclamos de nuestro pasado e incluso de lo que pueda sernos materialmente más “ventajoso”. Cuando
nuestras opciones empiezan a estar marcadas por la fidelidad al bien, podemos estar seguros de que, definitivamente, estamos preparando el camino al Señor.
Eso sí, no olvidemos que es un proceso, y que si bien es cierto que el bien que Dios creó para ti no se realizará sin ti, también es verdad que la vida no es una flecha directa hacia el bien, y que en los momentos de fallas y retrocesos necesitamos ser misericordiosos con nosotros mismos, aprendiendo no sólo a pedir perdón por el mal elegido sino perdonándonos y dándonos nuestro tiempo para poder volver a la trinchera de la elección del bien.