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Por P. ALberto Reyes Pías ()
Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22
Camagüey.- Cerramos el tiempo de la Navidad, la celebración del Dios que se hace uno como nosotros, para caminar junto a nosotros, para acompañarnos en el paso de la esclavitud a la libertad.
Nació como uno más, y antes de iniciar su vida pública, realiza un gesto que reivindica el modo en el que ha vivido y en el cual quiere realizar su misión: Jesús se presenta como aquel que se pone al lado de los pecadores. No juzga, no grita, no condena, no desprecia. Acompaña, se introduce en la condición de esclavitud del ser humano, para recorrer con nosotros el camino que lleva a la libertad.
Con este mensaje cerramos la Navidad y nos abrimos a un año que se nos despliega por delante con su carga inevitable de incertidumbre. ¿Cómo será nuestra vida este año? ¿Qué llegará a nuestra vida o se irá de ella? ¿Qué cambios nos veremos obligados a afrontar? No lo sabemos, no podemos saberlo. Pero sabemos lo necesario: que en medio de todo lo que esté por delante, el Señor nos acompañará, estará presente, como fuerza, como luz, como guía, sin juzgar nuestros errores ni avergonzarse de nuestros miedos, siempre presente, siempre diciéndonos “levántate y anda”, siempre invitándonos a que este año demos un
paso más en el camino de nuestra libertad interior, esa que nos da la fuerza para elegir el bien.
El Evangelio del bautismo del Señor dice que “se abrió el cielo”. Israel había pasado los últimos 300 años de su historia sin que Dios suscitara entre ellos ningún profeta, lo cual había llevado a creer que el cielo “se había cerrado”, que Dios se había hecho inaccesible. Con Cristo, la puerta de la casa del Padre se ha abierto para siempre, para dar la bienvenida a todo hijo que quiera entrar, y para decir a cada ser humano que su Dios le tiende la mano.
Tal vez sea importante recordar que la Biblia no dice que los que se abran a Dios no tendrán dificultades, ni problemas, ni sufrimientos, ni situaciones desagradables. No me atrevo a hablar de situaciones “malas”, porque muchas veces lo que alguna vez vivimos como algo “malo”, incluso como maldición, el tiempo lo reveló como una escuela para el bien, para la fortaleza interior y, a la larga, se nos descubrió que eso “malo” no era sino la gracia bendita de un Dios disfrazado: disfrazado de problema, de sufrimientos, de dificultad.
Pero sí podemos hablar de situaciones “desagradables”, de esos momentos por los que preferiríamos no pasar, por esos momentos a los que solemos calificar de “cruz”.
Pero los cielos se han abierto, y el Dios que vino como uno más a caminar con nosotros hoy nos recuerda que siempre ha estado y que siempre estará, y que lo único que necesitamos para andar los caminos de este año es creer, profundamente, que en todo lo que acontezca y en todas nuestras luchas, él estará, y en él encontraremos la fortaleza para atravesar las tormentas, esas que, al salir, nos hacen notar que no somos la misma persona que entró en ellas.