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Por lberto Reyes Pías ()
Evangelio: Lucas 14, 25-33
Camagüey.- Todos los que hemos leído “El pequeño príncipe”, nos hemos enternecido con el diálogo entre el principito y la zorra, cuando el niño le pregunta: “¿Qué significa domesticar?”, y ella le dice: “Es crear lazos”.
A propósito de… crear lazos. Pero de igual modo, hemos creado lazos que, a la larga, han resultado dañinos. Tal vez los creamos movidos por la necesidad, por la soledad, por el dolor o, simplemente, por ingenuidad, porque en aquel momento no éramos capaces de ver a largo plazo las consecuencias de esa “domesticación”.
Son lazos antiguos que ahora comprendemos que no nos hacen bien, pero lazos a los que, a veces, nos hemos afeccionado, lazos que, más allá del daño que nos hacen, siguen siendo un canto al corazón, un canto que nos mantiene encadenados, pero los cantos… pueden ser tan hermosos…
Cuando Jesús habla de “odiar al propio padre, a la madre, a la esposa, a los hijos, a los hermanos y
hasta la propia vida…” se refiere a esos cortes netos, dolorosamente quirúrgicos, que son necesarios para la libertad que necesita todo el que quiera vivir el Evangelio.
“Odiar” significa tener el coraje de romper los vínculos amados cuando estos vínculos se convierten en impedimentos para crecer en la libertad necesaria.
No es tarea fácil. No puede serlo alejarse de alguien, renunciar a seguir siendo “como todos están
acostumbrados a que yo sea”, decir que no a lo que llevo años diciendo que sí, poner límites nuevos,
cambiar las reglas, atreverme a existir de otro modo… sabiendo que es muy posible que hiera sensibilidades, que frustre las expectativas de otros y que me arriesgue a ser juzgado y a que me digan: “Ya no eres de los nuestros”. Todo por conquistar la libertad sin la cual no es posible vivir el Evangelio, todo por dejar de ser un “discípulo a medias”.
Jesús sabe que no es fácil, tal vez por eso comienza su discurso diciendo: “Si alguno quiere seguirme…” Porque lo primero que tendríamos que preguntarnos es: “¿Quiero? ¿Quiero romper esos lazos, quiero dejar de estar domesticado, quiero renunciar a los cantos que me calman mientras me encadenan, quiero renunciar al miedo a no adecuarme a las expectativas de otros, quiero arriesgarme a existir en el nombre del Señor?”.
Por eso Jesús advierte sobre la cruz, porque la libertad de vivir para Dios es, de por sí, desafiante y, en
consecuencia, molesta, incómoda, y tiende a generar oposición, ataque y, sobre todo, exclusión.
Eso sí, por mucho que queramos y estemos dispuestos a caminar en esa dirección, no podemos olvidar
que, si un día nos dejamos domesticar, fue porque esos lazos nos ofrecían algo que deseábamos. Despedirse de ellos puede tomar tiempo y no dejará de ser doloroso, y tendremos que repetirnos una y otra vez lo que dice el Salmo 27: “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.