Enter your email address below and subscribe to our newsletter

A pesar de la crisis, los dirigentes cubanos se vienen arriba

Comparte esta noticia

Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Mientras los cubanos cocinan a la luz de las velas y hacen colas bajo el sol para comprar un pollo, los dirigentes del régimen siguen empeñados en repetir el mismo libreto gastado: controlar, ahorrar, resistir.

Manuel Marrero, el primer ministro, vuelve a la carga con su obsesión por «restituir la legalidad» en el agro, como si el problema de Cuba fueran unos cuantos campesinos vendiendo tomates a precios de caviar. Pero el problema es una economía en ruinas, ahogada por la incompetencia y el monopolio de una élite militar que reparte miseria como si fuera un plan quinquenal.

Díaz-Canel, por su parte, sigue culpando al pueblo por «el alza en la demanda eléctrica», como si los cubanos encendieran los ventiladores por capricho. No lo hacen por capricho, sino porque el calor en la isla es insoportable y los apagones duran más que sus discursos. 

«Hemos ahorrado 80 millones de dólares», dice el presidente, mientras las familias guardan la leche en polvo en baldes de hielo que se derriten a las dos horas. Lo llaman «un verdadero milagro». El milagro real es que la gente no se haya plantado frente al Palacio de la Revolución con antorchas —aunque, claro, sin combustible, ni siquiera eso pueden hacer.

Marrero insiste en que hay que «combatir los precios especulativos» en los mercados agropecuarios, pero omite que el Estado es el primer especulador. Acapara tierras y fija precios ridículos a los productores. Luego vende lo poco que llega a precios inalcanzables en tiendas en MLC. «Los alimentos más seguros son los que produzcamos aquí», dice, mientras Cuba importa hasta el azúcar que antes exportaba. La consigna es vieja, el hambre es nueva.

Cada vez piden más, y dan menos

Y mientras tanto, Díaz-Canel pide «conciencia» en el consumo eléctrico, como si la gente no supiera ya que la luz se va a las 3 de la tarde y vuelve a medianoche. Él dice «Si tuviéramos 700 megawatts más…». Pero no explica por qué no los tienen, por qué las termoeléctricas están hechas añicos o por qué Venezuela ya no manda suficiente petróleo para mantener el chiringuito. La culpa, como siempre, es del bloqueo, del pueblo, del clima, de Trump, de la luna. Nunca de ellos.

En Cienfuegos, destituyen a funcionarios por «errores en el cumplimiento de sus funciones», pero los jerarcas que llevan décadas hundiendo el país siguen en sus sillones, repartiendo carnés de militancia y discursos sobre la «batalla económica».

En La Habana, multan a un cuentapropista por vender aceite caro, pero las tiendas de GAESA venden el mismo producto a precio de oro. Y nadie les pone un inspector encima5. La disciplina, parece, es solo para los de abajo.

Lo más grotesco es que, en medio del desastre, el régimen sigue creyéndose su propia propaganda. Díaz-Canel habla de «parques solares» y «generación distribuida» como si fueran la salvación, pero los números no mienten. Hay un déficit de 1.600 MW, apagones de 10 horas, hospitales sin refrigeración. Y lo peor es que lo saben. Lo saben y siguen echando balones fuera, repitiendo que «estos tiempos malos pasan», como si llevaran 65 años esperando que amanezca.

Mientras, en Santa Rita, en Jiguaní, en Guantánamo, la gente sale a la calle a gritar lo que ya no aguanta: «¡No hay luz, no hay comida, no hay agua!». ¿La respuesta del gobierno? Más control, más represión, más podcast desde el palacio. «El pueblo unido jamás será vencido», decían. Pero es que el pueblo ya no está unido: está exhausto. Y los únicos que no lo ven son los que siguen subidos en el podium, repartiendo carnets de la patria mientras el país se les cae a pedazos.

Deja un comentario