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Por Oscar Durán
La Habana.- Mientras Cuba se cae a pedazos —literalmente, a pedazos— el gobierno anda celebrando el 65 aniversario de la nacionalización de la banca, como si el sistema financiero cubano fuera un ejemplo mundial de eficiencia y estabilidad. Y para coronar la fiesta, el Banco Central decidió sacar una edición especial del billete de 1000 pesos. Un papel que, en cualquier país normal, tendría un valor respetable; aquí no alcanza ni para comprar un cartón de huevos. Pero ahí está la conmemoración: la dictadura siempre encuentra tiempo para celebrar su propia ruina con una alegría que a uno le da entre rabia y risa amarga.
El billete, dicen, mantiene el color y las medidas de seguridad del original. Como si el cubano de a pie tuviera tiempo de fijarse en filigranas mientras corre detrás de una cola o intenta pagar un pan con un fajo de papeles que valen menos que el plástico que los envuelve. Debajo del “MIL PESOS” le añadieron un folio especial y un identificador del “65 Aniversario”. Pura cosmética. Un maquillaje caro para disfrazar una moneda destruida por décadas de improvisación económica y de discursos que valen incluso menos que el billete de marras.
En el reverso vino la genialidad: cambiaron la Universidad de La Habana por el Complejo Escultórico del Che. Una metáfora perfecta, sin querer queriendo. Donde antes estaba la idea de estudio, de pensamiento, de progreso, ahora colocaron la imagen del guerrillero que la propaganda convirtió en santo patrono de la épica revolucionaria. No pusieron un hospital, ni un central funcionando, ni un mercado abastecido. No. Pusieron al Che. Es como si dijeran: “no tenemos economía, pero tenemos iconografía”. Y con eso pretenden tapar todo.
Lo gracioso —o trágico, según el humor del día— es que el Banco Central insiste en aclarar que ambas emisiones del billete son válidas. Como si a alguien le importara. En Cuba, lo único verdaderamente vigente es la inflación: la que te hace gastar tres salarios en una compra mediocre, la que convierte cualquier sueldo en un mal chiste, la que obliga al cubano a vivir en un perpetuo estado de supervivencia financiera. Un billete conmemorativo no cambia nada de eso: sigue siendo una hoja que se esfuma en las manos, como todo en este país.
Así seguimos: un gobierno celebrando aniversarios mientras el pueblo celebra, con suerte, que haya arroz en la bodega. Un billete nuevo que no resuelve la miseria de siempre. Y una banca nacionalizada que, 65 años después, no ha logrado lo más básico: que el dinero sirva para vivir y no para sufrir. Pero bueno, ya lo dijo el Che: “hasta la victoria siempre”. Aunque en Cuba la victoria siempre llega tarde, cansada y, como este billete, llena de símbolos y vacía de valor.