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Por Anette Espinosa ()

La Habana.- A los cubanos, a veces, habría que explicarles que su país no es normal. No es que sea especial, ni único, ni el más bonito. Es que es raro. Funciona al revés. Mientras en el resto del mundo, ese lugar del que a veces llegan noticias como si fueran postales de un planeta lejano, las reparaciones de calles, la soldadura de tuberías o el tendido de cables se hacen de madrugada —para que la gente se levante y encuentre el milagro hecho, o al menos la obra avanzada—, en Cuba el espectáculo es diurno.

A las seis de la mañana, en punto, como quien da comienzo a una función a la que nadie ha sido invitado, cortan el agua. Y no la devuelven hasta las seis de la tarde, que es cuando en cualquier sitio civilizado una familia se sienta a comer o a pensar en la cena. Aquí, es cuando el grifo vuelve a escupir, si es que lo hace, su hilo de esperanza.

La nota de Aguas de La Habana es un monumento a esta anomalía. Anuncia, con una puntualidad que asombra, que va a dejar sin suministro a media ciudad durante doce horas seguidas. Doce horas. Lo dice así, tal cual, como si fuera lo más natural del mundo: «de 6:00 a.m. a 6:00 p.m.». Y uno lee la lista de repartos y municipios afectados —Plaza, Cerro, Centro Habana, 10 de Octubre— y piensa que es el mapa de un estado de sitio hidráulico.

Pero lo más genial, lo que define el genio criollo de la disfuncionalidad, es la coletilla: «Durante esta parada, Aguas de La Habana aprovechará para ejecutar labores de mantenimiento». Es decir, no es que corten el agua para arreglar algo. Es que, ya que la han cortado por un problema eléctrico, aprovechan. Como quien dice: «ya que estamos…»

La filosofía del absurdo

Y tú te preguntas, en medio de este sinsentido, por qué demonios todo tiene que hacerse de día. ¿No hay focos en Cuba? ¿Las herramientas solo funcionan con luz solar? ¿O es, sencillamente, que al que decide le importa un bledo que medio millón de personas pasen el día sin una gota para beber, cocinar o lavarse la cara? La respuesta duele, pero es obvia: es lo segundo.

Las empresas que hacen estos trabajos son del Estado, y el Estado no tiene clientes; tiene rehenes. No compite por brindar un mejor servicio, no le preocupa la comodidad de la gente. Su relación con la población no es la de un proveedor con su cliente, sino la de un administrador de penurias con sus administrados.

Lo más tremendo es que el apagón hídrico, con todo lo brutal que es, se vuelve casi una anécdota surreal en el paisaje general del desastre. ¿De qué sirve quejarse por el agua para la ducha si la fábrica de leche no puede funcionar? Pero es que, a su vez, ¿de qué sirve el agua para la fábrica de leche si no hay vacas que ordeñar?

¿O para la fábrica de conservas de tomate si no hay tomates? Es como un dominó de lo absurdo. Cada pieza que cae descubre que la siguiente también estaba vacía. Hasta el supuesto carwash que algún iluso imaginó abrir se queda sin motivo de existir: ni agua para lavar, ni carros que lavar.

El socialismo del siglo XXI

Al final, el aviso de Aguas de La Habana, con su «ofrecemos disculpas por las molestias», es la prueba final de que vives en un lugar donde la normalidad ha sido secuestrada. Disculparse por arruinarte el día es el último gesto de un cinismo ya perfectamente pulido. Es como pedirte perdón por pegarte un tiro en la pierna.

Y tú, ciudadano de este país al revés, agradeces la nota. Porque al menos te avisan. Te dan la oportunidad de madrugar para llenar cada cubo, cada olla, cada botella vacía de ron barato con el agua que no tendrás para cuando el sol esté alto. Es el socialismo del siglo XXI: un sistema donde tu mayor privilegio es que te advierten con tiempo cuándo te van a dejar en la miseria.

Así que ya lo sabes, cubano de a pie. Tu normalidad es la excepción universal. Mientras en el mundo arreglan de noche para no molestar, aquí molestan de día porque arreglar, lo que se dice arreglar, es solo la excusa.

El verdadero trabajo, el único que funciona sin fallos, es el de recordarte cada mañana que eres invisible para quien te gobierna. Y que el agua, como la dignidad, es un lujo que te prestan por horas.

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