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Taiwán vuelve a ser la manzana de la discordia

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Por Andrew Clemens ()

Washington.- En el tablero geopolítico de Asia, donde las tensiones suelen cocerse a fuego lento, se acaba de echar leña al fuego. De repente, Taiwán ha vuelto a ser la manzana de la discordia, y no es una metáfora inocente. La primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, en una intervención parlamentaria que más parecía un parte de guerra, ha soltado la bomba: Japón podría defender la isla militarmente ante un eventual ataque chino.

No fue un desliz de un funcionario menor; fue la jefa del gobierno, eligiendo personalmente sus palabras, incluso sobrepasando la redacción burocrática preparada para la ocasión. Beijing no tardó ni un minuto en responder. La reacción no se ha hecho esperar: condena firme, exigencia de retractación y, acto seguido, la artillería pesada de la coerción económica: suspensiones de importaciones de marisco y avisos de viaje que hunden el turismo. El termómetro de la diplomacia en el Estrecho se ha disparado.

¿Y por qué tira Japón de la manta ahora? Aquí es donde el asunto se pone jugoso. Los expertos, como Jeffrey J. Hall de la Kanda University of International Studies, señalan que esto representa un quiebre brutal con la «ambigüedad estratégica» que había caracterizado hasta ahora la postura de Tokio. Todo el mundo en los círculos de seguridad daba por hecho que Japón jugaría un papel clave en un conflicto por Taiwán, pero sus líderes lo evitaban decir explícitamente para no incendiar la situación.

Takaichi, en un movimiento que algunos tildan de temerario y otros de necesario, ha optado por la «claridad preventiva». Ha decidido marcar su roja en el mapa, sabiendo que el coste sería una crisis inmediata, pero calculando quizás que un mensaje claro podría disuadir a China a la larga. Es una apuesta de alto riesgo, y las fichas sobre la mesa son la estabilidad de toda la región.

Una sola China y el sueño de reconquista japonés

Para entender la furia china, hay que bucear en la historia. Taiwán no es una cuestión de política exterior para Beijing; es una herida abierta en el corazón de su identidad nacional. China considera la isla una parte inalienable de su territorio desde tiempos de la dinastía Qing, una provincia rebelde que se separó en 1949, cuando los nacionalistas del Kuomintang, derrotados en la guerra civil, se refugiaron allí y establecieron un gobierno rival.

la primera ministra de Japón, Sanae Takaichi

La «política de Una Sola China» es el pilar sagrado e innegociable de su diplomacia. Cualquier sugerencia externa que cuestione esta soberanía, y más aún que hable de intervención militar, es recibida en Beijing como una declaración de guerra. No es solo una cuestión de tierra; es de principios, de orgullo y de la supervivencia misma del Partido Comunista Chino, que ha construido su legitimidad en la promesa de restaurar la integridad territorial del país.

Pero Japón no llega a esta disputa con las manos limpias. Entre 1895 y 1945, Taiwán fue una colonia japonesa. Este pasado deja un legado profundamente ambivalente. Por un lado, Tokio invirtió en infraestructura y desarrollo, forjando lazos que perduran. Por otro, esa historia colonial alimenta la desconfianza china, que interpreta cualquier movimiento japonés sobre la isla como un resabio de su expansionismo imperial.

Ahora, Japón justifica su postura en el Tratado de Seguridad con Estados Unidos de 1960, que permite a las fuerzas estadounidenses desplegarse desde bases en Japón por toda Asia Oriental. En el fondo, para Tokio, un Taiwán independiente y aliado es la llave maestra para garantizar su propia seguridad nacional, una pieza esencial en el cerrojo que contiene la proyección de poder de China.

Takaichi dijo en voz alta lo que piensan muchos

Y en esta partida de póker geopolítico, Estados Unidos es el gran director de orquesta oculto. Occidente, con Washington a la cabeza, ha mantenido durante décadas una danza deliberadamente ambigua. Reconocen formalmente la «Una Sola China» para no provocar a Beijing, pero al mismo tiempo, alimentan y arman a Taiwán con ventas de armas y un apoyo tácito que mantiene viva su capacidad de resistencia. Es una estrategia de equilibrio: contener a China sin llegar a una ruptura total.

La primera ministra Takaichi, al verbalizar lo que todos callaban, ha desbaratado este delicado equilibrio. Su «claridad preventiva» puede leerse, en realidad, como la vocalización de una doctrina que ya estaba escrita en los despachos de seguridad de Occidente, pero que nadie se atrevía a pronunciar en voz tan alta.

Las consecuencias no se han hecho esperar, y ya están siendo palpables y dolorosas. China ha apretado los tornillos económicos con la precisión de un cirujano para infligir el máximo daño a Japón sin necesidad de un conflicto armado.

Daños al turismo japones, a las exportaciones

La cancelación de unos 500.000 vuelos de turistas chinos a Japón es un golpe brutal para la industria hotelera y aeronáutica nipona. Pero esto es solo el aperitivo. Beijing tiene muchos más instrumentos de presión en su orquesta de represalias, y una guerra comercial más amplia podría agravar la ya delicada situación económica japonesa, lastrada por los aranceles de la era Trump. Es un pulso calculado: China castiga a Japón para que dé marcha atrás, pero ambos, por ahora, parecen querer evitar una ruptura total que hundiría a toda la región.

Al final, Taiwán es mucho más que una isla; es el símbolo de un nuevo orden mundial que se está definiendo a golpe de crisis. Esta nueva disputa con Japón no es un incidente aislado, sino el síntoma de una lucha más profunda por la hegemonía en el Pacífico.

Como bien resume John Lim, investigador de la Universidad de Tokio, «el péndulo de las relaciones China-Japón siempre se balancea entre la reconciliación y el conflicto». Pero esta vez, el péndulo ha oscilado hacia una zona de peligro inédita, porque por primera vez, Taiwán es explícitamente el centro de la crisis. La manzana de la discordia ha sido mordida, y el sabor que ha dejado es amargo y belicoso. El mundo observa, conteniendo la respiración, para ver si de esta fruta envenenada brota la guerra o, contra todo pronóstico, una nueva y tensa paz .

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