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Por Rosa Díaz
La Habana.- La imagen de una bandeja metálica con apenas un puñado de arroz y una porción de alimento líquido de aspecto indefinido, refleja con crudeza la realidad alimentaria que enfrentan muchos hospitales en Cuba. Lo que debería ser una comida equilibrada para pacientes enfermos —personas que requieren nutrición adecuada para recuperarse— se reduce a raciones mínimas, pobres en calidad y carentes de valor nutricional. La escena habla por sí sola: no hay proteínas visibles, no hay vegetales, no hay variedad, y sobra la evidencia de un sistema incapaz de garantizar algo tan básico como un almuerzo digno.
Este tipo de alimentación no solo es insuficiente para la salud física, sino que también tiene un impacto emocional en quienes dependen del sistema hospitalario. Estar enfermo ya es un reto, pero hacerlo en un entorno donde la comida recuerda más a un racionamiento extremo que a un servicio de salud agrava la sensación de abandono. Las bandejas vacías y las preparaciones aguadas son un testimonio silencioso del deterioro acumulado de las instituciones públicas, donde la precariedad se ha normalizado.
Más allá de la apariencia, el problema es estructural. La falta de alimentos en los hospitales refleja la profunda crisis económica del país: escasez generalizada, inflación desbordada, déficit presupuestario y un sistema de abastecimiento que hace tiempo dejó de funcionar adecuadamente. Cuando un hospital —espacio vital para el cuidado y la vida— no puede garantizar una comida básica, queda claro que la crisis no es abstracta ni estadística: se manifiesta en el plato vacío de los pacientes.
Las autoridades suelen justificar estas carencias con referencias al bloqueo, a coyunturas internacionales o a problemas logísticos, pero ninguna explicación devuelve la dignidad que debería acompañar a quien busca atención médica. La alimentación hospitalaria es un indicador clave del estado real de un sistema de salud, y una bandeja casi vacía dice más que cualquier discurso oficial. Habla de prioridades desordenadas, de mala gestión y de años de decisiones que han dejado al país sin capacidad de respuesta.
La imagen que presentas no es una excepción: se ha convertido en símbolo de un deterioro más amplio. Representa el contraste entre la narrativa oficial de un sistema de salud “potente” y la experiencia cotidiana de muchos pacientes que enfrentan hambre dentro de los propios hospitales. Mientras esa diferencia entre discurso y realidad siga creciendo, escenas como esta continuarán siendo un recordatorio incómodo —pero necesario— de la urgencia de un cambio estructural.