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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
La desgracia fue aceptada por los cubanos. Ota–Ola rechaza la intervención humanitaria y responsabiliza al pueblo cubano.
Houston.- He escuchado al señor Otaola en diversas ocasiones señalar la responsabilidad del pueblo cubano en la tragedia que hoy vivimos. Acierta cuando subraya nuestra parte en los silencios, en la complicidad pasiva, en la indiferencia que permitió a un régimen bárbaro llevar la miseria a extremos antes impensables. Somos responsables de mucho, y ocultarlo sería repetir los errores que nos trajeron hasta aquí. Tristemente esa es una verdad incuestionable .
Nuestro país cayó en un abismo y, de una forma u otra, participamos en ese derrumbe. Todavía existen quienes defienden a un sistema que solo ha sembrado dolor y ruina; eso también es verdad. Sin embargo, es aquí donde me distancio de algunos de sus juicios.
No creo que abandonar a Cuba sea una opción digna ni ética. Si así actuáramos, ¿en qué nos diferenciaríamos de quienes han secuestrado la nación para convertirla en propiedad personal de una élite? Esa pregunta, incómoda pero esencial, debe llevarnos a repensar posturas. Y por eso le escribo, señor Otaola: su voz resuena en cientos de miles de cubanos y orienta percepciones, emociones y esperanzas. Y, no hablo de donaciones ingenuas, que sean robadas descaradamente por régimen. Me refiero exclusivamente a la petición de ayuda humanitaria a través de la Iglesia católica, como garante.
Usted ha expresado un rechazo absoluto a la idea de una intervención humanitaria —aun cuando sabemos que es poco probable—, pero ese rechazo termina construyendo un consenso negativo: “Ustedes apoyaron ese régimen, ahora sufran las consecuencias.” Esa lectura, aunque pueda parecer lógica desde la indignación, corre el riesgo de reproducir la misma actitud de castigo y abandono que tanto criticamos. Sería, en esencia, comportarnos como aquello que decimos combatir.
Y yo me niego a eso. Cuba no se salva con indiferencia ni con revancha. Pero tampoco con concesiones vergonzosas.
Lo que propongo no es tender puentes —frase contaminada por quienes la usaron para legitimar al régimen—, sino restaurar la dignidad nacional allí donde ha sido destruida: en el cubano inocente, en el que nunca tuvo poder, en el que hoy carece de comida, de medicinas, de agua potable, de un médico que lo atienda, o de un Estado que lo proteja. Para ello es preciso barrer con ese régimen de oprobio.
Mi compromiso no es con la cúpula de abusadores, torturadores, chivatos y cómplices; mi compromiso es con los millones de cubanos vulnerables que hoy resisten una tragedia humanitaria sin precedentes. A ellos no podemos abandonarlos. Sería una renuncia ética y una traición a nuestra idea de nación.
Cuba y el descalabro total:
– hambre generalizada
– un sistema sanitario colapsado
– una epidemia devastadora con cifras reales ocultas
– hospitales sin agua
– barrios hundidos en la miseria
– ancianos solos
– niños desnutridos
– una economía pulverizada
– un éxodo que vacía el país
¿Quién puede mirar esto sin estremecerse?
¿Quién puede pedir distancia frente a semejante sufrimiento?
La intervención humanitaria, aunque remota, es una urgencia moral porque el Estado cubano ha renunciado a su deber de proteger a su población. No se trata de política: se trata de humanidad.
Mi posición de perdonar errores y ofrecer ayuda no nace de ingenuidad, sino de principios. Los pueblos se levantan cuando recuperan su sentido de justicia y de solidaridad, no cuando alimentan la sed de venganza. Un país no puede renacer sobre cadáveres, rencores o silencios; solo puede hacerlo sobre valores.
Señor Otaola, esta no es una confrontación. Es un gesto amistoso y respetuoso hacia alguien que ha jugado un papel frontal y decisivo contra la dictadura. Pero justamente por su influencia, lo invito a considerar que la grandeza de un proyecto nacional radica en salvar a su gente, incluso a la que se equivocó, a la que tuvo miedo, a la que fue manipulada.
Cuba necesita una salida éticamente superior.
Y esa salida pasa por el compromiso con la vida, no con la venganza; con la dignidad, no con el abandono; con el deber moral, no con la indiferencia. Esta es mi posición. ¡Gracias!